Como suele pasar en mi tierra, el invierno se ha tirado en plancha contra nosotros. Mi casa ha perdido seis grados desde el domingo, y bajando. Gracias por el clima propicio para la Navidad, sigo -seguimos- preparando esa fiesta que recuerda que una vez, hace Tú sabrás cuantos años, te hiciste hombre en esta bendita tierra que piso. Lo de menos es saber la fecha. Lo importante es saber que ocurrió, que te hiciste uno de nosotros, que te dolían los golpes, que te reías de los chistes y bromas de tus amigos, que sentías con un corazón humano como el nuestro. Tanto amó Dios al mundo que quiso que su único Hijo experimentara la maravilla de saberse hijo de Él. Imposible describir tanta belleza, tanta hermosura junta en un solo gesto.
Ya vamos casi por mitad del Adviento, estas cuatro semanas en que, como decía tu primo Juan, preparamos los caminos al Señor, enderezamos las sendas para que el camino hacia Ti sea expedito, recto, claro, llano y sin posibilidad de perderse. Juan gritaba en el desierto, y no porque estuviera loco -como pensaban algunos-, sino para que quienes andaban perdidos le escucharan y volvieran al camino que les llevaba a la Vida, al Agua viva que quita la sed para siempre. “Oíd, sedientos todos”, decía Isaías, y así es.
La música de Navidad ya suena en mi casa, en mi cabeza y en mi corazón; pero eso no significa que me deje llevar por las oleadas de “magia navideña” que pueblan tiendas, calles, luces led de colores, anuncios o redes sociales. Todo lo contrario: desde mi más tierna infancia he amado la Navidad, y en aquellos tiempos no había ni tantas luces, ni leds, ni redes sociales, ni más anuncio que el de “Las muñecas de Famosa se encaminan al portal” o los turrones, mazapanes y polvorones. Poco más.
La Navidad en casa era tiempo de comprar los ingredientes para hacer un exquisito alfajor casero, cuya receta atesoro aunque ahora no estén los tiempos para hacerlo (a veces la vida me puede, ¿qué queréis que os diga?); pero eso no es obstáculo para que cualquier año de estos me dé el “volunto”, como decimos por aquí, y me ponga el delantal para hacerlo. Navidad en casa eran villancicos flamencos en un viejo tocadiscos rojo y blanco, cuya tapadera era el altavoz; con los abuelos llegando a casa y nosotros disfrutando porque estábamos todos juntos, los pequeños no teníamos todavía muy clara la conciencia de lo que se celebraba, aparte del cumpleaños de mi único hermano, que tuvo la puntería de nacer un 25 de diciembre.
Hoy me han venido recuerdos vestidos de gris de aquellos tiempos y, cómo no, las lágrimas se han despeñado por mis mejillas mientras iba escribiendo estas líneas. Este año ya faltan tantos como quedamos en la tierra, así que este 2024 seguimos celebrando la Navidad a medias con el Cielo. Ellos ya la disfrutan en primera fila, y nosotros nos hacemos una idea de lo que puede ser tener al lado al Hijo de Dios, poniendo el belén y montando un árbol con mucho swing navideño de fondo.
Ya queda poco; este domingo es el “Gaudete” (“gozad”), tercero de Adviento, y se llama así porque ya solo queda uno antes de Navidad y en la antífona de la Misa se cita un texto de San Pablo a los cristianos de Filipos: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4). El gozo puebla mi vida y mi hogar; mis pensamientos, mi alma y mis sentimientos responden a esta petición del Apóstol. ¿Cómo no voy a estar alegre si Aquel que no cabe en el universo me recuerda cada día que se hizo como yo, que me ama con un corazón de hombre, y que soy hija de Dios?
“Gaudete in Domino semper. Iterum dico: Gaudete!”