Una trompeta, un piano y un contrabajo en un canal de música. Nada trascendental, solamente una banda sonora mientras termino de arreglar la cocina. Sin embargo, todo cambia con una primera mirada a la televisión: la orilla del mar y las olas rompiendo plácida y silenciosamente en la playa. De repente, todo es luz, claridad meridiana en mi mente, en mi alma y en mi corazón.
Lágrimas que brotan desde lo más profundo de mi alma serena y en paz conmigo y con la creación entera. Todo es luz, las tinieblas se han disipado y veo con una nitidez que ya ni recordaba: está ahí. Me mira. Le miro y surge la comunicación límpida y cristalina: “Te echaba de menos. Hace mucho tiempo que no nos vemos en la música”. Sigue sin contestarme, al menos no con palabras ni con ningún lenguaje conocido para la ciencia. Su silencio persiste y decido hacerle compañía. Me siento a su lado.
La música ha cambiado: ahora es un piano y un contrabajo quienes llevan la voz cantante. Los dos, sentados lado a lado, sin mirarnos, sin hablar, sin pensar siquiera. Ambos sabemos qué pasa, qué es lo que nos traemos entre manos sin tocarnos, sin oír siquiera nuestra respiración, aunque es imposible estar más cerca de alguien de lo que estamos los dos. La música sigue poniendo el fondo a nuestra conversación.
Vuelve la trompeta a unirse al grupo. Su melodía sigue acariciando mi corazón hasta hacer cosquillas en mi alma. “Sí, aquí estoy. Sigo a tu lado, querida criatura de mi corazón. Mi hija mimada, querida y soñada desde la eternidad entera. Te conozco y te llamo por tu nombre: Lola, mi querida Lola. Sé de tus aventuras, de tus tragedias, de tus proyectos e inventos. Sigue así, querida mía. Estoy contigo. No lo olvides nunca”.
No lo olvido, tranquilo. Lo que hace años era una fe tímida y casi de compromiso por la tradición, la familia y esas cosas, ahora es certeza absoluta en Ti, para Ti y contigo. Nada me podrá apartar de Ti, ni siquiera la hermana Muerte cuando venga a buscarme. No pienso resistirme a su invitación; cruzaré el umbral que separa los dos mundos con una sonrisa en el alma, feliz de encontrarme al fin contigo, mi Dios y Señor, mi único Amor Absoluto y Verdadero. Gracias siempre. Gracias ahora. Gracias eternas por tu eterno amor, por tu dedicación absoluta y exclusiva para mí en cada instante de mis días. Sí, lo sé. Ya tengo claro lo que antes era una pura intuición: me dejo caer en Ti, en tus manos, para que hagas conmigo y de mí lo que quieras. No tengo miedo a nada ni a nadie en este mundo. Ya no. El único miedo es no estar contigo la eternidad que me tienes prometida y reservada. Mi sola petición es esa: ayúdame a hacer todo lo necesario para que comparta contigo mi vida eterna después de esta pasajera, rota, simple a veces, complicadísima otras. Como te dijo María hace tantos siglos: hágase en mí tu voluntad. Ese es mi único deseo, ahora y siempre: Fiat.