El sábado pasado fui a una boda que me hizo especial ilusión porque Loles y yo íbamos invitados por los novios, a quienes llevamos unos 35 años de ventaja en el camino de la vida. La novia es íntima amiga de una de nuestras hijas y en casa es ya como una más.
Durante el banquete, el padre del novio se acercó a nuestra mesa a saludar y, entre bromas y veras, me lanzó un guante: ¡a ver si la semana que viene escribes el post inspirado en esta boda! Como se aprecia, recogí el guante.
La verdad es que ya lo venía rumiando antes de que me lo dijera porque el sacerdote que les casó hizo una homilía profunda que rubricó con una frase casi apodíctica: “si tu mujer o tu marido te cuesta, lo que te falta es Cristo; vete a confesar”, que me dio que pensar.
Coincidió en el tiempo con un libro que estoy terminando y espero pueda ver la luz a principios de 2025 sobre la espiritualidad matrimonial en san Josemaría Escrivá. Y la frase me trajo a la memoria una de las expresiones fuertes y desconcertantes de san Josemaría sobre el matrimonio, en especial si tenemos en cuenta el tiempo en que la pronunció: “Yo veo el lecho conyugal como un altar; está allí la materia del sacramento”, afirmaba san Josemaría, “los cónyuges son los ministros y la materia misma del sacramento del Matrimonio, como el pan y el vino son la materia de la Eucaristía”. Y, a esto, añadía en el punto 662 de Camino: “¿No hay alegría? —Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. —Casi siempre acertarás”.
No es mala receta la de estos dos curas: cuando algo no va bien en el matrimonio, lo primero que hay que revisar es nuestra relación con Dios y hacer de nuevo presente a Cristo en nuestro matrimonio. Después, pondremos los medios humanos, pero lo primero es volver a confiar en la fuerza del sacramento.
La pregunta que podemos hacernos es: y esto de hacer presente a Cristo ¿cómo se hace? Porque lo de la confesión está bien, pero no siempre será necesario… Aquí es donde conectamos con la afirmación desconcertante que decía: los cónyuges son los ministros y la materia misma del matrimonio. San Josemaría, con su espiritualidad laical, pone el dedo en la llaga: si los cónyuges son los ministros y la materia del sacramento, son ellos, y no el cura que confiesa y que es un mero testigo en la boda, quienes administran la gracia (es decir, la fuerza sobrenatural) que procede del sacramento del matrimonio.
Pero la pregunta sigue sin contestar: ¿Y cómo pueden hacerlo? ¿Hay una liturgia específica para los cónyuges como ministros del sacramento del matrimonio? No la hay. O, mejor dicho, sí, es la liturgia de la vida. ”La fidelidad del marido santifica a toda la familia e igualmente la de la mujer. Cada uno de ellos administra —es ministro— la gracia del sacramento en favor de toda la familia”, explica José Fernández Castiella en su libro El matrimonio, una invención divina.
Y esa fidelidad se fragua en un pensamiento, en un piropo, en un detalle, en un placentero encuentro sexual en el altar del lecho conyugal, en un paseo juntos, en una cena, en un rato de trabajo ofrecido por ella o en un partido de pádel (¡aunque se pierda!). Basta con ser conscientes de que no es necesario ningún cura ni ninguna iglesia para hacer a Cristo presente en nuestro matrimonio, que somos nosotros los que lo llevamos dentro… a toda hora y en toda circunstancia, hasta “transformar toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra”, como le gustaba decir a nuestro santo. Y, para saber más, habrá que esperar al libro.