El joven músico católico Javier Portela nació y creció en el seno de una familia buena y tranquila, vinculada al movimiento católico Comunión y Liberación. Sin entender bien el porqué, en su adolescencia brotaron en él una violencia y rebeldía que le llevaron a sufrir mucho y también a causar mucho sufrimiento. Hasta que el Señor se interpuso para desviarle de aquel camino oscuro.
Comenzó un nuevo itinerario, en el que han sido fundamentales la familia («que me ha sostenido queriéndome por lo que soy, no juzgándome por lo que hice”, asegura Javier) y María, su fiel compañera de viaje (es difícil que no la mencione. Poco a poco, Javier aprendió a escuchar (no sólo para componer y cantar), y a identificar en su vida la acción del Espíritu Santo; a trabajar con empeño la humildad y a hacerse dócil a la voluntad de Dios, que ahora es lo que más le preocupa.