La tragedia de la Dana que asoló decenas de pueblos de Valencia pasará a la historia de nuestro país por ser una de los episodios naturales más virulentos de las últimas décadas en cuanto al número de fallecidos, desaparecidos y población afectada. Una auténtica desgracia que ha conmocionado profundamente a todos los que hemos visualizado imágenes y escuchado los testimonios desgarradores de los que lo han perdido todo: seres queridos, casas, negocios…y un porvenir.
Pero también en medio de la evidente adversidad la comunidad valenciana se está convirtiendo en el epicentro de una ola de solidaridad sin precedentes que recorre toda la geografía española: Miles de voluntarios venidos de todos los rincones de nuestro país están desplazándose de manera totalmente altruista a las distintas poblaciones afectadas para, con sus propios medios, ayudar a los que lo han perdido todo.
También son muchos los que, sin poder ir, se están movilizando para donar dinero, material de primera necesidad y alimentos, ante la escasez de suministros que padece la región, porque la ley natural que Dios ha impreso en el corazón del hombre le impulsa a ayudar a los más necesitados y congraciarse con los que sufren.
Entre los que lo han dejado todo para ayudar sin pensárselo dos veces, encontramos también numerosos religiosos, y religiosas, sacerdotes y fieles cristianos de todas las edades, que son reflejo del rostro de una Iglesia sufriente con los que sufren y cercana con los necesitan ser consolados.
Tal es el caso del Padre Juan Muñoz, un sacerdote de Barcelona de etnia gitana que decidió desde el primer momento acudir en socorro de los más necesitados. Tras varios intentos en balde debido a la climatología que siguió asolando la región y los cortes en las carreteras, el pasado lunes consiguió partir con varios voluntarios hacía Torrent, una población cercana a Valencia afectada por las riadas y donde además viven diversos familiares, que se han visto gravemente afectados.
Antes de salir de Barcelona, rumbo a Valencia, organizó entre familiares, amigos y vecinos de su barrio de la Mina de Barcelona, donde nació hace algo más de cincuenta años, una recogida de alimentos y demás material de limpieza, para además de ayudar en la recuperación de calles y negocios poder también llevar alimentos a familias gravemente necesitadas.
La experiencia de esta semana, según contaba en sus redes sociales y a amigos y conocidos que se han interesado por su viaje, ha sido imborrable, con un mar emociones de todo tipo vividas a flor de piel, entre ellas la lógica alegría por reencontrarse con hermanos y primos, pero también la satisfacción de poder compartir con tantos voluntarios la ayuda en las calles y casas de los afectados. Pero también han sido días de sufrimientos, dolor, cansancio, frustración, indignación y desesperación.
Como si de un ambiente bélico se tratara, según cuentan los que han estado allí, han tenido que hacer frente a numerosas dificultades sobre las que el ser humano difícilmente puede encontrar respuestas… Cuando aparece el sufrimiento de manera tan palpable es difícil anunciar el amor de Dios y mostrar una esperanza que pueda mitigar el padecimiento ante tanta devastación.
Pero esa ha sido la principal misión de Juan, y por la que ha querido también estar presente costara lo que costara: Mostrar en las calles de Valencia, en medio del horror y la desesperación, vestido con su clergyman negro, y ataviado con unas botas de agua, la presencia y el amor de Jesucristo y de su Iglesia, sufriente con los que sufren, pobre con los pobres, y apoyo de tantos afligidos y necesitados.
El Padre Juan ha podido limpiar aceras, llenar cubos de barro y repartir todo tipo de alimentos, pero ante todo ha podido llevar el amor de Dios y la esperanza de la resurrección a través de gestos, acciones y palabras, frente a la muerte patente de un pueblo que lo ha perdido todo.
Sólo en Jesucristo sabemos los cristianos que la muerte está vencida, y en que la vida se abre paso para los que se apoyan en él. El Padre Juan retorna a casa dando testimonio de cómo Dios actúa y sostiene a las personas también dónde la razón y la lógica invitan a pensar que no está o que no existe. Pero Dios no es ajeno a la realidad que tantas familias están viviendo y ha enviado ángeles en socorro de un pueblo destruido y apóstoles que tienen la misión de anunciar la paz.
Demos gracias a Dios por ellos, y no nos olvidemos de rezar por las víctimas y sus familias, que puedan encontrar el consuelo y la fuerza para salir adelante.