JC 17/10/2024
Ignoraba por completo la historia de esta niña, patrona de los niños que van a hacer la Primera Comunión. Se trata de la Beata Imelda. Su historia es conmovedora y un ejemplo muy instructivo para pensar en cómo vivimos cada uno el momento de recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión.
No somos conscientes de una manera intensa de qué es lo que hacemos, qué es lo que ocurre cuando recibimos a Cristo al comulgar. Y en gran parte es por culpa nuestra. No nos preparamos y pensamos bien, no nos disponemos bien. Deberíamos repetir con fuerza en nuestra mente lo que está a punto de suceder.
Desde el primer momento en el que nos dirigimos a la iglesia para asistir a la Santa Misa, mientras vamos de camino, deberíamos estar encendiendo nuestro corazón y considerando qué es lo que va a suceder. Vamos a alabar a Dios, a darle gracias, a darle la gloria que se merece, a asistir al acto de entrega de Jesucristo en la Cruz por el que hemos sido redimidos, que se hace realmente presente sobre el altar. Y Él, Dios y hombre verdadero, que ha resucitado y está glorioso con su cuerpo y alma se nos va a entregar como alimento. Ha querido quedarse para entrar en nuestro cuerpo, para abrazarnos en una íntima unión con Él, para transformarnos en Él.
Vamos a ser de un modo especial, realmente, de una forma substancial, templos de Dios. Porque su presencia en la Eucaristía no es un símbolo, un recuerdo o el significado de su amor. Cristo en la Eucaristía está verdaderamente y substancialmente presente ahí, en lo que un momento antes era pan y vino y que por las palabras de la Consagración que ha dicho el sacerdote está ahí ahora.
El milagro que se realiza en cada celebración de la Santa Misa, que tiene lugar ante nosotros es admirable es sobrecogedor. Por la “transubstanciación”, palabra un tanto difícil pero, que como enseña la Iglesia, es la más acertada y la que mejor expresa el cambio del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, podemos dejarnos abrazar por el Señor. Cumplimos su recomendación: “Venid a Mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré”.
Y ahora, brevemente, cuento lo que ignoraba sobre la Beata Imelda.
Imelda pertenecía a una de las más antiguas familias de Bolonia. Era hija del conde Egano Lambertini y de Castora Galuzzi. Cuando contaba con tan solo nueve años de edad, sus padres, accedieron a su deseo y la enviaron a educarse al convento dominicano de Val di Pietra, monasterio de dominicas fundado por la Beata Diana de Andaló.
Con su piedad y devoción se ganó muy pronto de cariño de todos, y fue un estímulo y ejemplo para muchas de las religiosas. Imelda deseaba ardientemente hacer la primera comunión, pero, según la costumbre de la época, ésta no podía tener lugar antes de cumplir los doce años. Imelda exclamaba algunas veces: «¿Cómo es posible recibir a Jesús y no morir de gozo?»
El 12 de mayo de 1333, a los once años, en la Misa de la Ascensión, como aún no tenía la edad era la única que no podía comulgar. Entonces tuvo lugar un hecho extraordinario, al terminar la Misa una Hostia voló hasta Imelda que estaba absorta y recogida en oración, cerca del tabernáculo colocándose sobre su cabeza.
Al ver tal prodigio las religiosas llamaron de inmediato al sacerdote, que lleno de asombro tomó la Sagrada Hostia y dio inmediatamente a Imelda la primera comunión, que fue también la última. La emoción que produjo a la beata la presencia de Cristo fue demasiado grande. Y se cumplió lo que en la mente de Imelda se preguntaba acerca de cómo era posible recibir al Señor y no morir de gozo. Cuando las religiosas vieron a Imelda sumida en un profundo recogimiento, como en un sueño y fueron a avisarla, las religiosas se dieron cuenta de que Imelda había muerto.
Su cuerpo se venera desde 1799 en la iglesia de San Segismundo de Bolonia.
En el año 1826 S.S. León XII confirmó su culto y el Papa San Pío X la nombró patrona de los niños que van a recibir la primera comunión.
Nota: El página Web de El testigo fiel se aportan estas referencias bibliográficas:
En Bolonia insertaron en Acta Sanctorum. (mayo, vol. III) un artículo sobre la beata Imelda, en razón de la antigüedad de su culto, aunque éste no fue confirmado oficialmente sino hasta 1826. Existen varias biografías de tipo devoto, como las de Lataste (1889) , Corsini (1892), Wilms (1925) y T. Alfonsi (1927). Ver sobre todo M. C. de Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines (1913), pp. 145-152. También hay un corto artículo en Procter, Lives of Dominican Saints, pp. 259-262.
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI.