JC 12/10/2024
Felicidades María, cuida de mi patria y de los que habitamos en ella, seamos del color que seamos. Hoy me dirijo especialmente a ti, la simpecado, la perfecta criatura, arca de la nueva alianza y puerta del cielo para quienes aspiramos a pasar la vida verdadera en él.
Hoy mi oración se dirige a ti, porque, además de sábado, es fiesta grande para muchas mujeres y también para bastantes países que te tienen especial reverencia. Gracias por tu “sí”, ese humilde “hágase” que rompió en mil pedazos la soberbia del ser humano que se quiso igualar a Dios en tantas ocasiones, desde Adán y Eva hasta la torre de Babel o en las numerosas veces en que preferimos aliarnos con reyezuelos vecinos antes que dejarlo todo en las manos del único Todopoderoso que existe en el universo entero.
Hoy te pido que me ayudes y me enseñes a dejarme caer en sus manos como lo hiciste tú, sin pensar en consecuencias ni en “pero-y-sis”, con pleno uso de tu propia libertad de hija de Dios y porque te dio la gana, aceptaste llevar la carga que implicaría y complicaría toda tu vida antes y después de morir, porque te quedaste con el encargo permanente de ser Madre de una humanidad que sufre permanentemente por su mala cabeza (mi mala cabeza) y, además, ejerces de madre: nos levantas del suelo, curas nuestras heridas y nos das ese abrazo que necesitamos para sabernos en refugio seguro.
Consuelas a los afligidos, das refugio a los pecadores, auxilias a los cristianos que acudimos a ti… Si nos diésemos cuenta de todo lo que encierran las letanías del Santo Rosario, nuestra oración sería aún más poderosa de lo que ya es. Ayúdanos, Madre, a rezarlo bien, sobre todo en este mes. Todavía nos queda algo más de la mitad.
Gracias, Madre, por seguir entre nosotros y regalarnos el medio seguro para llegar a tu Hijo: tú. Eres la intercesora perfecta, porque eres madre y no debemos olvidar lo que pasó en Caná de Galilea, en aquella boda y a aquellos pobres novios… Sí, María, me acuerdo y quiero que me ayudes a hacer lo que Él me diga para que el agua que es mi vida sea transformada en el vino nuevo y bueno que debo ser.
“María, el nombre más hermoso que jamás escuché”, así comienza una famosa canción, y así ha de ser mi oración diaria: María, mi Madre del cielo, la que me quiere como nadie y la que está dispuesta a interceder por mí ante el Hijo de Dios -su propio Hijo-, reza por mí ahora y en la hora de mi muerte. Amén.
Lola Vacas