Ser católico no es solo una cuestión de moral, de comportamiento. Supone también conocer la verdad que nos ha enseñado Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre. Jesús no solo nos enseñó cómo debemos actuar. En ese sentido no es un maestro moral. Jesús nos dice quién es Él y cómo es Dios. Y por eso, nos dice quienes somos nosotros y cómo somos. Y de acuerdo a lo que somos y a cómo somos, entonces de eso, se deriva cómo hemos de actuar. Por eso Jesús se dedicó a enseñar unas verdades. Esas verdades las recibieron los apóstoles de Jesús, el Maestro, para que las aprendieran, las custodiaran y las transmitieran.
Por tanto, el católico no es solo alguien que tiene que comportarse bien, alguien que debe amar a Dios y al prójimo. Por supuesto que ha de hacer esto, pero hay más. El discípulo de Cristo que forma parte de la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia Católica, debe también conocer la doctrina cristiana.
Y ¿dónde se encuentra recogida la doctrina cristiana? Pues se encuentra de una forma ordenada y bien expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica. Cuando surge alguna cuestión, alguna duda, algo que quisiéramos aclarar o en lo que profundizar, lo primero que deberíamos hacer es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica. Deberíamos de leer con frecuencia el Catecismo. Al menos el Compendio, que es un síntesis del Catecismo. Allí se explican las verdades que hemos de creer, los mandamientos que debemos cumplir y los medios que debemos emplear para santificarnos, que son la oración y los sacramentos.
Un católico que no conoce su fe, no es un buen católico. San Pedro ya exhortaba a los primeros cristianos que estuvieran siempre dispuestos a dar razón de su esperanza. Es decir, explicar y razonar el por qué de aquello que creemos y esperamos. El católico debe estar bien formado, conocer bien la doctrina católica. No solo porque así la podrá vivir mejor, sino también porque de ese modo estará en condiciones de transmitirla a otros, de enseñar a otros la verdad que hemos recibido de Cristo.
Recuerdo que en una ocasión, D. Manuel Guerra Gómez, sacerdote burgalés que falleció hace unos pocos años, un gran sacerdote y un gran sabio y erudito, doctor en Filología clásica y en Teología Patrística, experto en la Antigüedad clásica, Historia de las religiones, sectas y masonería. Nos contó a un grupo de sacerdotes que un vecino suyo, que era un trabajador de la construcción, fontanero o algo parecido, no recuerdo bien, sabía que él era profesor y conocía bien el griego. Este hombre no era católico sino protestante. Y le pedía a D. Manuel que le facilitara algunos versículos concretos de los evangelios en el original griego. Aquello le llamó la atención a D. Manuel y le preguntó que por qué tenía ese interés. Y su vecino le contestó que quería conocer bien esos versículos para poder explicarlos a otros y estar bien fundado su conocimiento de los Evangelios. D. Manuel contaba esto como un ejemplo de alguien que no siendo un intelectual, sin embargo se da cuenta de la importancia del estudio y del conocimiento de la fe. Y sacaba la conclusión de que los católicos deberíamos de tener un verdadero deseo y empeño en conocer y formarnos bien, en conocer mejor nuestra fe para poder dar razón de ella a cualquiera que nos lo pida.