A pesar del vergonzoso espectáculo en la inauguración de estas Olimpiadas en París, también hay aspectos positivos.
Emmanuel Macron se enorgullecía de esta performance “woke” diciendo “This is Francia”. Tanto que introduce el aborto como derecho humano en la constitución francesa y lo ha intentado en la europea. Por eso, las disculpas de la portavoz del comité olímpico a los católicos, un tercio de la población mundial, resultan irrisorias. No es de extrañar, después del mensaje cargado de ideología, la polarización en el país de Molière, prueba de la crisis de valores que atraviesa.
El pensador agnóstico y judío Alain Finkielkrant ha criticado la decadente y fea imagen ofrecida al mundo. Lo contrario al espíritu olímpico de respeto y amistad, al enfrentar y desunir. La ilusión con que acogimos estos JJ. OO. en la ciudad de la luz y del amor, se han convertido en la “oscurité” de un espectáculo dantesco. Por eso explica Tolkien que “El mal no puede crear nada nuevo, solo corromper o arruinar lo que las fuerzas del bien han inventado o construido”. Parece como si las autoridades francesas, orgullosas del siglo de las luces, hubieran perdido el oremus y el buen gusto.
Como advertiría Pascal: “Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón”. La guillotina y el terror revolucionario de Robespierre no pueden ser el argumento para cambiar de régimen político, ni para silenciar a quienes piensan de forma diferente, como la reina católica María Antonieta y el rey Luis XVI. Su hija Madame Royal expresó: “¡Libertad!, ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.
Que la apuesta por la sororidad igualitaria sea Simone de Beauvoir, Simone Veil, Gisèli Halimi, Paulette Nardal o Louise Michel, expresión del feminismo radical y del aborto, constituye una visión hemipléjica. Dónde dejamos a otras heroínas francesas como Juana de Arco, Marie Curie, Teresa de Lisieux, Bernadette de Soubirous —a quien se le apareció en dieciocho ocasiones la Virgen en Lourdes— o las 16 carmelitas de Compiégne que subían al cadalso por ser católicas, cantando el himno “Veni Creator Spíritus”, como se recoge en “Diálogo de Carmelitas” de George Bernanos.
Pretenden reescribir la historia de Francia mediante la posverdad. Desde luego, tenían otra forma de entender lo que es el amor, muy lejos de estos sucedáneos infectos, como las aguas pútridas del Sena. La “grandeur” de la que fuera “la primogénita de la Iglesia” desde los tiempos de Clodoveo, ha traicionado, como Judas, sus raíces cristianas.
El creativo olímpico, Thomas Jolly, declarado “queer”, realiza una desenfrenada apología de la homosexualidad y de la pederastia, con la exhibición del becerro de oro, guiños masónicos, ritos demoniacos y bacanales sexuales. Su mentor, Macron, confiesa que tuvo una relación íntima a los 15 años con su actual esposa divorciada, que fue su profesora y 25 años mayor.
Con estos antecedentes, no resulta extraño la ausencia de escrúpulos para herir los sentimientos de los católicos, y parodiar de forma blasfema “La Última Cena” (1495) del humanista renacentista Leonardo da Vinci. Esta obra pictórica es considerada como una de las mejores del mundo. Hasta el punto que cuando el rey Luis XII de Francia conquistó el Ducado de Milán, quiso cortar el muro donde está el fresco para llevárselo a su país. La obra recoge divinamente —nunca mejor dicho— el momento en el que Jesús anuncia a sus doce apóstoles, la noche anterior a la Pascua, que “uno de vosotros me traicionará”; para, acto seguido, instituir el sacramento de la Eucaristía, dando a comer su Cuerpo y su Sangre. Sin duda, todo un derroche de amor.
Se realizan estas faltas de respeto a los católicos, porque saben que no cometerán, como los islamistas, atentados contra el semanario “Charlie Hebdo” o la discoteca “Bataclan”. Estos acontecimientos han servido para comprobar que los enemigos de la Verdad no se toman vacaciones; que el cristianismo es el único objetivo a batir por el nuevo orden mundial.
Puede reconfortar la anécdota de Napoleón con el cardenal Consalvi: —“Voy a destruir tu Iglesia”; a lo que el purpurado respondió: —“No, no podrás. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”. Tenemos la completa seguridad de que al final el Bien triunfará sobre el Mal.
Me parece muy acertada la idea de realizar durante estas Olimpiadas actos de reparación a Jesús en la Eucaristía. “París, bien vale una Misa”.