La respuesta fácil es decir que la tiene Dios: si de verdad existe y es todopoderoso, ¿no podría hacer que cayera maná del cielo todos los días? Pues, efectivamente, cae todos los días, lo que pasa es que hay aprovechados que no dejan nada para lo demás.
¿Es verdad que no se puede alimentar a todo el mundo o hay comida de sobra si estuviera bien repartida? La IA responde lo siguiente: Es una paradoja compleja. Aunque la producción mundial de alimentos es suficiente para nutrir a toda la población, el hambre persiste en algunas partes del mundo. Aquí hay algunas razones clave: Desperdicio de alimentos: Cada año, aproximadamente un tercio de toda la comida se pierde. Si recuperáramos solo el 25% de esa comida, podríamos alimentar a 870 millones de personas con hambre.
Además, la distribución es desigual: A pesar de la abundancia global, la distribución de alimentos no es equitativa. Algunas regiones sufren más que otras debido a conflictos, pobreza y falta de acceso a infraestructuras adecuadas. La solución está en una mejor distribución, en tener más sentido solidario, en darnos cuenta de que “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social” como dijo san Juan Pablo II recién elegido.
La sociedad occidental, la nuestra, vive un auténtico delirio consumista. Se podría decir que basamos la felicidad en la capacidad de consumir: a mayor poder adquisitivo, más felicidad. Y esto, en el fondo lo sabemos, es un error. Somos esclavos de la propaganda consumista. El grado de poder adquisitivo se ha convertido en un elemento de significación social. No nos valoramos por lo que somos sino por lo que podemos gastar. Compramos para mejorar la autoestima, para escalar en el grado de admiración, por rutina. Consumimos por enfermedad: por ansiedad.
La felicidad no la da el tener sino el ser. Puedo tener mucho y ser un desgraciado. El señorío de ser uno mismo, de ser libre, de poder estar por encima de lo que digan los demás, de las diversas situaciones en las que me puedo encontrar, de salud, edad, éxito… Saber quién soy, qué quiero y a dónde voy, es mucho más esencial que lo que pueda tener. Podemos caer en el engaño de buscar la autorrealización en el mundo de los deseos, de los sueños, de las quimeras, olvidando que la realidad, por dura que sea, es lo que hay y es lo mejor.
Hay una virtud preciosa y olvidada, la templanza. En mi tierra, para expresar que una persona es agraciada, guapa, se decía: ¡qué templado/a es! Da belleza, comedimiento, medida, continencia. Lo contrario es desenfreno, glotonería, lujuria, fealdad. Podemos crecer en este modo de vivir y podemos educar a los nuestros. Podemos descubrir su belleza.
Juan Luis Selma