Muchos millones de aficionados al deporte en general o de aficionados, sin más, al espectáculo que constituye la apertura de unos Juegos Olímpicos, pudieron asistir al que se desarrolló en la tarde noche de París el pasado viernes 26 de julio.
No entraré a juzgar la calidad de tal espectáculo, pues de un espectáculo se trató ciertamente, ni del acierto o no de sacarlo de un estadio cerrado para llevarlo a cabo sobre las aguas del Sena.
Lo que resulta inadmisible y objeto de repudio sin paliativos es que se aprovechase la presencia “en directo” de cientos de miles de espectadores, y de otros muchos millones de seguidores por la televisión, para hacer escarnio y befa de la fe de los cristianos, a quienes no ha podido menos que indignar la zafia y grotesca escenificación del misterio central de nuestra fe, la Sagrada Eucaristía.
Se ha tratado de una absoluta falta de respeto que alguien podría calificar benévolamente de gratuita, aunque de gratuita no tuviese seguramente nada. Pareció, más bien, un acto de propaganda, uno más, de la ideología de género que se quiere imponer a todos -como frecuentemente ha recordado el Papa-, aunque se encuentre en las antípodas de la fe cristiana, y de la que se quiere hacer un “trágala”, por la fuerza de leyes insensatas y de una propaganda bien y ricamente orquestada y dirigida.
Invito a todos los fieles diocesanos a reparar generosamente por la ofensa hecha a Dios Nuestro Señor, a la vez que pido para los cristianos el mismo respeto que merecen todas las demás religiones y creencias y, en general, todas las personas.
+José María
Obispo de Cuenca
Publicado en la Diócesis de Cuenca