Esta frase tan pequeña, extraída del libro «Castidad: la reconciliación de los sentidos» de Erik Vardem, encierra una sabiduría inmensa que no sé si todo el mundo llega a comprender.
Esta sabiduría es la de Jesús que conserva las heridas de la Pasión tras la Resurrección. Las conserva porque las ama, no porque sea masoquista, sino porque ama la obra que esas llagas han realizado, la salvación del hombre.
A mi me ocurre algo similar con mi ELA, amo lo que Dios es capaz de hacer con ella. Sé que la enfermedad no es deseable, me hace sufrir mucho, lo peor para mí es la humillación que siento cuando mi saliva brota cual fuente, o cuando el aire que se acumula en mi estómago -me gustaría saber por qué lo hace- emerge por mi garganta con nulo control por mi parte. Estas humillaciones son para mí vergonzosas, y desearía no tener que pasar por esto, pero sigo amando lo que Dios es capaz de hacer con ellas; aunque me cueste verlo, sé que esas humillaciones Dios las transforma en frutos para el Reino.
Como expresa la frase, ese amor a las obras -que puede que ni vea- me ha transformado de manera hermosa. Ya no soy la Águeda que era, y eso me llena de un gozo desbordante. Me parezco a esa vieja Águeda igual que un huevo a una castaña. Jesús al amar sus llagas, la obra que han realizado, también ha sido transformado de manera hermosa; ha pasado de cuerpo mortal a glorioso, a Jesús resucitado.
Estoy pensando últimamente que quizá yo también quiera conservar mis «llagas» cuando resucite al final de los tiempos. Me imagino con dos marcas visibles, la de la tráqueo y la de la sonda gástrica. Espero que estos pensamientos no sean una falta de respeto a Dios, porque sólo sus llagas nos han salvado. No hay nadie más digno que Él para llevar estas medallas. Pero igual me consiente llevar mis pobres réplicas, no sé, igual.
Creo que me he explicado bien pero quizá no sea fácil comprender cómo se puede llegar a amar unas obras que posiblemente no conoceremos hasta estar en el Cielo. Igual ayuda saber que lo que hay que hacer es amar a Dios con toda el alma, con todo tu ser, y así amarás todas las obras de sus manos. Hace no mucho le dije a una amiga que pediría para que su amor por Jesús fuera tan grande que sus sufrimientos fueran menos dolorosos, como me ocurre a mí. Se lo deseo de todo corazón -como se lo deseo a todos-, porque sólo amando así puedes amar su obra a través de ti, y de ello nacerá un nuevo ser en ti, mucho más hermoso que el viejo tú, y capaz de vivir los sufrimientos con gozo.