Os cuento una cosa que me pasó el otro día.
En una cena muy agradable y había una persona que yo no conocía. Esa persona a mí me pareció entrañable y me generó muchísima ternura. Me quedé tan fascinada que me hacía gracia cada comentario que hacía, cada gesto, cada mirada.
“Me enamoré de esa persona” (entended la expresión). Me pareció la persona más maravillosa del mundo.
Al terminar, me medio ubicaron de quien era ese desconocido para mí y de su pasado. Me quedé impactada por el dolor que él había causado a tantas otras personas.
Pero lo que más me impactó fue darme cuenta de que probablemente si yo hubiese conocido su pasado antes, no le hubiese mirado de ese modo tan puro, inocente y genuino y no me hubiese dado cuenta, por haber estado condicionada, de la belleza de la vida de esa persona.
Me venía al corazón que Dios le mira a estas alturas como yo le miré pero conociendo todo de él y perdonando todo de él con esa mirada nueva y renovada. Y lo seguirá haciendo y lo sigue haciendo una y otra vez conmigo cada vez que caigo, me alejo, me arrepiento y quiero volver.
Pensaba entonces que lo más noble que podemos hacer como personas es mirar con novedad y misericordia a quienes tenemos delante sea cual sea su pasado hace 5 años o 5 minutos.
Pues así nos mira Dios.