Javier Pereda Pereda

Para que el Gobierno decida tomar medidas contra la pornografía, definida en el DLE de la RAE como “representación explícita de actos sexuales que buscan producir excitación”, tiene que causar preocupación.

Algunas encuestas pueden ilustrarnos: existen 140 millones de visitas diarias a páginas web obscenas; el 93% de hombres y el 62% de mujeres admiten haber visto porno en la adolescencia; el 50% de niños de 11 a 13 años se han expuesto a estos mensajes que hieren su sensibilidad; el 75% de los padres creían que sus hijos no habían visto estas imágenes que producen vergüenza, pero el 53% de sus hijos reconocieron haberlas visto en internet; el 30% de niños entre 8 y 12 años han recibido su única educación sexual mediante estos contenidos denigrantes.

Estos datos son los más significativos para comprender que, en efecto, ¡Houston, tenemos un problema! Sobre todo, cuando la Corporación Industrial de Pornografía Online (CIPO) consigue 100.000 millones de dólares al año, lo que revela la magnitud de este negocio, entre los más de 25 millones de portales pornográficos en el mundo. Existe un interés económico e ideológico inequívoco: “Captúralos a los trece años y ya los tendrás como clientes para toda la vida”.

Acceder a esta información que dañan la dignidad humana, se limitaba principalmente a las revistas, antes de la era de internet; pero ahora con un clic en los teléfonos móviles se tiene acceso a esas imágenes. El consumo de porno es una de las adicciones más potentes (alcohol, tabaco, droga, juego, comida), como explica el profesor de Medicina Preventiva, Miguel Ángel Martínez-González, en el libro: “Salmones, hormonas y pantallas” (Editorial Planeta).

Todo comienza con las pantallas que producen adicción, enfermedades psicológicas y de transmisión sexual, depresiones y suicidios. Me parece positivo que los poderes públicos aborden esta cuestión de salud pública, aunque con notable retraso, siempre que se dirijan a la raíz de esta epidemia. Porque no se puede ser pirómano por la mañana y bombero por la tarde.

Se realiza una labor de ingeniería social en los colegios, promoviendo la promiscuidad, proporcionando anticonceptivos a los jóvenes o facilitando el aborto, pero, simultáneamente, se intentará controlar algunos sitios web indecentes. Algo así como tratar un cáncer con aspirinas. Resulta contradictorio soplar y sorber al mismo tiempo.

Paradójicamente, soy partidario del lema sesentayochista de “prohibido prohibir”, que desencadenó la revolución sexual en la que estamos inmersos. En mi opinión, sería más acertado proporcionar una correcta educación sexual y afectiva desde muy jóvenes. Quienes están legitimados para asumir esta tarea son los padres, antes que los colegios, y este seguimiento les ayudará a evitar distraerse en Babia.

Merece la pena este empeño, porque este tipo de pandemia destruye a las personas, les arrebata la libertad, desintegra a las familias y cosifica a la mujer; el pecado de banalizar por placer el carácter sagrado del origen de la vida, puede acarrear la penitencia de la destrucción, como en Sodoma y Gomorra. Los ataques contra la naturaleza humana acaban pasando factura.

El agudo escritor británico, C.S. Lewis, señalaba que el joven consumidor de este material aberrante tendrá un inmenso harén de novias imaginarias, que le imposibilitará el compromiso y la unión real con una mujer. La verdadera sexualidad implica cariño, delicadeza, igualdad, respeto, sacrificio, entrega, fidelidad; cuando la sexualidad se prostituye produce hastío y repugnancia.

Como otros tipos de desórdenes sexuales susceptibles de tratamiento psicológico, se circunscribe ideológicamente a la alianza entre Nietzsche, Freud, Marx (filósofos de la sospecha) y el feminismo, que dio lugar a la revolución sexual que inició el joven parisino Daniel Cohn-Bendit en el 68 francés. Al pronunciar el filósofo alemán que “Dios ha muerto”, quiso sustituirlo por el “Superhombre”. Para ello debía rechazar el deber moral, denigrar el cristianismo y defender una autonomía moral absoluta; el triunfo del secularismo de la Ilustración de Robespierre. Su irracionalismo, calificado como de adolescente, le lleva a cambiar el orden natural y racional por los bajos instintos e impulsos más animales.

El filósofo vienés, Sigmund Freud, célebre por el “Psicoanálisis”, pretende un desatado dogmatismo sexual; la persona humana es el resultado de las tensiones entre la búsqueda del placer y los límites de la realidad.

La sociedad occidental está llamada a proteger la belleza del amor humano, mediante una sexualidad natural y racional, contra las destructivas ideologías nihilistas y hedonistas.