Sigo hablando

Testimonios

Águeda Rey

Hay un salmo que es muy importante para mí, porque fue muy significativo en el momento de mi diagnóstico de la ELA, cuando había hecho una promesa de amor a Dios y me había entregado a la tarea de conocer a fondo todo de Él. Se presentó ante mí al abrir la Biblia para rezar. Estando escribiendo este artículo, también se me ha presentado delante pues fue leído en la Misa en memoria de san Ireneo de Lyon -casualidades de la vida-. Los versículos que me atraparon fueron estos:

Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.
(Sal 137(136), 5-6)

Ese «que se me paralice la mano derecha» fue como un dardo en el corazón. A mí se me había paralizado la mano derecha y -tenía que reconocerlo- me había olvidado de Jerusalén, o sea, me había olvidado de que yo pertenecía al Reino. No es que fuera un castigo merecido por ser la hija pródiga, es que la vida al margen de Dios tiene efectos secundarios -ya, ya sé, la ELA podría tenerla aunque hubiera sido siempre fiel a Dios, pero entonces seguramente no habría reparado en este salmo, o quizá mi ELA habría empezado diferente-.

Fue el siguiente versículo el que me abrió una ventana de esperanza.
«Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti». Me dije: no me olvidaré jamás de Él y no se me pegará la lengua al paladar, no dejaré de hablar -ésta fue mi promesa-. Dios no permitiría que llegase a esa fase de la enfermedad que tanto me aterraba; me lo estaba diciendo con este salmo, o eso quise pensar.

Pero mi amor y fidelidad a Dios vuelven a ser probados -con cada avance de la enfermedad siento que se prueba mi amor-. Porque sí, he perdido mi capacidad de hablar. Aquello que quise ver como un pacto de Dios, no lo era. Pero ¿me enfadaré con Él? Pues claro que no, mi promesa de amor no era condicionada. Y, francamente, enfadarse con Dios me parece infantil y estéril. ¿No se lo debemos todo? Yo estoy siempre agradecida a Dios, incluso por lo malo porque siempre es para un bien mayor (Omnia in bonum).

Mirando con una visión más amplia puedo decir que he perdido la voz pero no mi capacidad de hablar, aunque ahora de una forma nueva, más compleja, más elaborada pero más precisa, exenta de palabrería hueca. Hablo con mi herramienta de comunicación para decir cosas prácticas y con mis escritos para decir lo que pienso y siento y lo que es importante para mí. Y sobre todo lo que Dios me ha mostrado en la oración que entiendo quiere que comparta. Así que sí, sigo hablando.