Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.
Jesús, esto de las vides y los sarmientos no lo entiendo mucho. Me cuesta imaginarme que sean cosas distintas: la rama, la hoja, el fruto. Es algo contradictorio. Las ramas, las hojas, los frutos, tienen que ir siempre juntas. ¿Cómo vas a ser tú la vid, la rama, y nosotros los frutos?
¡Ah! Precisamente ahí está el tema, la enseñanza que me quieres dar. Sin ti no soy nada. Sin tu energía, sin tu poder, sin tu fuerza, yo no puedo vivir esa vida cristiana. Solo permaneciendo en tu amor voy a poder ser un buen fruto.
Muy bien, Jesús. Pero… ¿cómo puedo permanecer en tu amor? ¿Qué tengo que hacer para ser un fruto pegado a la rama que lo sostiene? Veo que me lo respondes en otra parte del Evangelio: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. La Eucaristía es la savia, el alimento que me transmites, y que lo recibo cuando voy a Misa. Necesito la Eucaristía, y permanezco junto a ti cuando voy con fe a recibirte.
Señor, quiero que mi corazón esté bien dispuesto para recibirte cada vez con más amor, con más cariño, para que esa savia pueda llegar a todo mi ser, para que pueda ser ese fruto grande que permanece en la rama. Que yo sea un alma eucarística, como tantos santos, jóvenes como yo, que encontraron su fuerza en la Eucaristía.
Madre mía, tú qué recibiste a Jesús en un corazón humilde y sencillo, ayúdame a recibir a tu hijo cada vez con más cariño.
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