Al atardecer del martes volvimos a rememorar que en 1430 la Virgen María descendió a la ciudad de Jaén. Para algunos, como el sacerdote e historiador cántabro José Martínez de Mazas (1732-1805), conocido como el “deán Mazas”, entendía que el “Descenso” de la Madre de Dios a nuestra ciudad era considerado una leyenda.
Sin embargo, para la mayoría esta tradición multisecular tiene su fundamento en la información testifical recogida en un acta notarial que se levantó dos días después de la noche del 10 al 11 de junio.
Era por entonces obispo de esta diócesis don Gonzalo Zúñiga. El vicario general y juez eclesiástico, don Juan Rodríguez de Villalpando, estaba legitimado para otorgar la fe notarial que reflejó en el pergamino original que se conserva en los archivos de la parroquia de San Ildefonso, junto con el testimonio de los testigos oculares de este acontecimiento sublime.
El resumen de la declaración armonizada de los testigos relata el recorrido desde la Catedral hasta San Ildefonso, donde “la Dueña”, vestida de blanco y con un Niño muy hermoso en su brazo derecho, se sentó en un trono de plata. Hoy queda representado en el mosaico situado en “la Reja”.
Pese a que era medianoche, el resplandor y luz que desprendía la Señora y el Niño eran tan intensos que parecía que fuera mediodía. Un gran cortejo procesional con blancas vestiduras acompañaba delante y detrás a la Dueña, como se denomina a la Virgen María en este documento. Una testigo identificó a la Dueña como la imagen representada en una capilla de San Ildefonso, de donde toma su advocación.
La tradición ha interpretado que el sacerdote situado a la derecha a la Señora pudiera ser san Ildefonso, y la mujer a su izquierda podría ser santa Catalina de Alejandría, copatrona de la capital del Santo Reino. Por eso, nunca me ha parecido una coincidencia que el gran artífice de la Catedral de Jaén, Andrés de Vandelvira, quisiera ser enterrado setenta y cinco años después del acontecimiento del Descenso en la parroquia de San Ildefonso, en lugar de en la joya del Renacimiento.
Lo que parece innegable es la inconmovible manifestación de fe de los ciudadanos de Jaén hacia su Madre, Patrona (1950) y Alcaldesa Mayor (1967). Fue coronada en 1930 por el obispo don Manuel Basulto, quien le devolvió la corona celestial con su martirio seis años después; en 1956, fue nuevamente coronada por el obispo don Rafael García de Castro.
Cada año, en el recorrido procesional original, y todos los días al pasar por “la Reja”, los jiennenses imploran al “Trono de gracia”: Reina de la familia y Reina de la paz, con su oración preferida, el santo Rosario. Al abrirse los portones de la Basílica Menor de San Ildefonso, antaño dependiente del arzobispado de Toledo, se aviva la emoción en el corazón de sus hijos jiennenses.
El cortejo procesional incluye la representación de todas las cofradías, los costaleros, y la presencia de las autoridades civiles, militares, académicas, judiciales y eclesiásticas, con la participación del obispo don Sebastián. Todos radiantes, con el inmerecido honor y privilegio de acompañar a la Dueña de Jaén.
Una semana antes, Jesús Sacramentado visitó en procesión la casa de su Madre, para enseñarnos que a Él se va y se vuelve por María. Aunque la diferencia entre las dos procesiones es sustancial, porque en una está realmente presente Dios y en esta es una imagen, sucede que, a Ella, como en las bodas de Caná, nunca le dice que no: “Haced lo que Él os diga”.
Suenan los acordes del himno nacional al salir la Dueña, vestida con un manto verde en su trono de plata, mientras una lluvia de pétalos de rosas cubre su hermosura, como en distintos lugares del recorrido; un detalle de delicadeza y finura de amor que conmueve.
Las dos Agrupaciones Musicales, “la Amargura” y “la Estrella”, ayudan a la oración pública de los jienenses que miran a su Madre con los ojos húmedos ante su ternura desbordante. Las cuatro horas para disfrutar con la presencia de nuestra Madre se acaban en un suspiro.
La emocionante marcha “Plegaria de Salud” de la Agrupación la Estrella, el himno de Jaén de Federico Mendizábal y los fuegos artificiales despiden, en un derroche de cariño, a la Dueñísima del corazón de sus hijos jiennenses.