¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!

Oración, Ser Cristo Día a Día

Ser Cristo Día a Día

Mt 8, 18-22

Se subió después a una barca, y le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Se le acercaron para despertarle diciendo:

—¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Jesús les respondió:

—¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?

Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres se asombraron y dijeron:

—¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?


 

Jesús, veo que a mí me pasa muchas veces como a los discípulos, en vida también hay «tormentas» y «tempestades». Quizá no macro-dolorosas… pero sí tempestades que me llevan a “cansarme”… y a veces me pregunto si tiene sentido… Las tempestades de mi vida son mis miserias y caídas, mis derrotas y fracasos. También reo que voy dándome cuenta que la enfermedad y el sufrimiento, sacan a la luz nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad: que somos débiles, imperfectos. Soy así: tengo límites.

Y a la vez, todo esto deja al descubierto dónde pongo mis seguridades. Leyendo el Evangelio, creo que el problema de los discípulos es que se habían dejado atemorizar por esa tempestad, tenían miedo y se habían dejado envolver por ese miedo.

Con frecuencia, me ocurre lo mismo que, a pesar de que estabas con ellos, parece como que «no estás». Ante las tormentas de la vida, puedo tener una actitud del que espera la intervención continua, constante de un Dios que es invasivo. O bien, tener una actitud de fe, de confianza.

Tú, Jesús, me pides madurez interior: pasar del niño que se queja y se enfada (porqué me tiene que pasar esto a mí…) porque parece que su padre no le hace caso, al niño que confía, que se abandona en los brazos de su padre.

Jesús, dame esa confianza total en Dios Padre. Siempre está en la barca.

En mi vida sucede lo mismo que a un niño que aprende a caminar. Un paso, otro, se cae, se levanta… Siempre bajo la atenta mirada de su padre, que le anima, le levanta, pero no le lleva en brazos a todas partes para que no sufra.

Jesús, que en «mis tempestades», acuda a Ti y me refugie en Ti, porque siempre estás a milado, pero no tanto para que sea para que quites esa tempestad, sino para que me ayudes a crecer, a madurar. Que vaya aprendiendo a vivir. Y a vivirlo Contigo.

Que no me pregunte como un niño pequeño: ¿por qué me pasa esto? sino ¿para qué me pasa esto? ¿Qué puedes querer de mí, Dios mío? ¿Qué quieres que aprenda de esta situación o de esta persona que es como un trueno para mis oídos…?

Si ocurre es porque Tú lo permites y si lo permites… como sé que eres un Padre Bueno, querrás sacar algo bueno y para que aprenda… Ayúdame a verlo y quererlo como Tú lo quieres.

Enséñame, Madre mía, a fiarme siempre de Dios Padre que quiere siempre lo mejor para mí.

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