¿Cómo empezar a leer el evangelio?

Catequesis

José Fernando Juan

La posmodernidad es fragmentaria. En gran medida porque lo hemos permitido. Nos hemos conformado con párrafos, textos breves o incluso mensajes de unos pocos caracteres. Una conferencia se hace larga para muchos. Lo mismo que un concierto completo. Se elige lo breve y cambiante. Y esto afecta también a la formación cristiana. Es muy probable encontrar a jóvenes cristianos que no hayan leído nunca un Evangelio completo. Y, lo que es peor, que no hayan encontrado nadie que les haya invitado, incitado y provocado para hacerlo.

Leer completo un Evangelio, en una Biblia o Nuevo Testamento que podamos subrayar incluso, es una experiencia singular. Igual que cuando nos acercamos a otra obra narrativa o artística, se nos queda una imagen más completa del personaje protagonista, de su evolución y trayectoria, y nos formamos una idea personal de lo decisivo. Lo mismo ocurre cuando nos acercamos a la vida de Jesús. Esa imagen, seguramente debido a lo que ya sabemos y tenemos como bagaje, entra en diálogo con nosotros y nos va transformando.

Además, se producen acentos vitales en nosotros mismos. Como cristianos, la aproximación a la Palabra de Dios no es comparable a otras lecturas. Es más, no debería serlo debido al respeto, de la piedad, de la devoción, de la proximidad del Misterio. Tenemos razones más que suficientes para no hacerlo de cualquier modo. Entonces, cuando nos acercamos a la vida completa del Hijo de Dios revelada en la Escritura nos quedamos con unas constantes, que podemos interpretar como esa Palabra de Dios que quiere iniciar un diálogo con nosotros. ¿Por qué en mí se subraya la enseñanza de Jesús, o su actividad sanadora, o esta o aquella palabra dicha a los apóstoles? ¿Por qué me quedo con este momento? ¿Cómo me acerco a la pasión y cómo recibo el anuncio de la Resurrección?

La traducción es importante. No hay que despreciar el tema. Cada generación actualizamos nuestro lenguaje y también deberíamos actualizar con él las diversas palabras de Dios. Quien más ha recibido, evidentemente, más es capaz de leer en cada pasaje. Pero lo fundamental, llegado el momento, es nuestra capacidad de comprensión, que habitualmente se hace relacionando unas cosas con otras. Así somos las personas. Y así es también nuestra conversación y comunicación con Dios. No es una palabra aislada, sino un diálogo continuo y permanente. Ese diálogo, cuando se lee el Evangelio con fe, la fe se crece porque vamos conociendo más a Dios y también cómo Dios nos conoce y nos integra en su historia de salvación. ¿Seré yo un ciego, un leproso, un paralítico? ¿En qué situación estoy en el discipulado de Jesús? ¿Qué comprendo cuando leo las parábolas? ¿Cómo reacciono ante su muerte? ¿Me da vida su Resurrección?

Por último, sería conveniente un diario y un lápiz. Por dos motivos: porque va siendo siempre nuevo y deja poso; y porque hay palabras fundamentales que subrayar y dejar así subrayadas para siempre. Que no se nos olvide la próxima vez que volvamos, que allí Dios nos dijo algo importante y que está escrita nuestra huella junto a la suya. El primer día no será relevante. Pero sí lo será a los veinte años de empezar esta andadura, o a los treinta, o a los cincuenta. La relación con Dios va para largo. Encontramos en ella un lugar que transitar miles de veces y que miles de veces será diferente. ¡Toma nota! ¡Toma y lee!