La tradición popular cristiana ha acuñado la expresión “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Los dos últimos, por distintos motivos, se han trasladado al domingo, salvo en Toledo, Sevilla y Granada.
La solemnidad de estas celebraciones apunta al núcleo central de los misterios de la fe. Si estuviéramos persuadidos de que el mismo Jesús de Nazaret, Dios y hombre, está verdaderamente presente en la Hostia consagrada con su Cuerpo, Alma y divinidad, aunque “escondido” y “oculto” —siguiendo la expresión del teólogo santo Tomás de Aquino en la oración “Adoro te devote” (Te adoro con devoción)—, se produciría la mayor revolución mundial.
Por eso, al recorrer Jesús sacramentado en procesión por las calles de Jaén y en muchas ciudades del mundo, se engalanan los balcones y las aceras, porque, como en la entrada triunfal en Jerusalén, es Cristo que pasa; se arrojan pétalos de rosas, se canta, se adora con devoción al Dios escondido y oculto, expuesto en el viril de la custodia de plata; a Él se somete nuestro corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarle.
“Al juzgar de ti —continúa el Doctor Angélico en estos 28 versos de rima pareada, con elevado contenido teológico, compuesto con motivo de la primera celebración de esta festividad en 1264 en Lieja (Bélgica)— se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta con el oído para creer con firmeza. Creo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad”.
De ahí la importancia de empaparse de los Evangelios. Continúa el Aquinate “en la cruz se escondía la divinidad, pero aquí (en la Sagrada Forma) también se esconde la humanidad. Creo y confieso —se precisa la fe— ambas cosas y pido lo que pidió el ladrón arrepentido”. Dimas descubrió “in extremis” la divinidad de Jesús y por eso dijo: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.
Existe una estrecha relación de la Eucaristía y la Pasión: “No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios. Haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame”. Misterio de fe y amor. Este himno se canta en latín a Jesús sacramentado, expuesto en la Cripta de la Catedral de Jaén, con los acordes del organista don Alfonso Medina. Con esta misma oración, que se encuentra en internet, manifiesta el pueblo cristiano este domingo su fe. Pero también todos los días. Algunos visitan al “Dios escondido” de madrugada, corriendo o en bicicleta, por los sagrarios de la ciudad.
Este posible itinerario en carrera tiene su encanto: San Ildefonso, San Eufrasio, Teresianas, Fundación Catalina Mir, Nazarenas, Cripta, Sagrario, Catedral, obispado, Dominicas, Carmelitas Descalzas, Camarín de Jesús con San José, la Merced; subida a la carretera de circunvalación y se divisa el Seminario, San Pedro Pascual, Santa María de los Apóstoles y la Residencia Fuente de la Peña; al alcanzar el Parador de Santa Catalina se vislumbra las columnas de Santa María Madre de la Iglesia y los colegios Altocastillo y Guadalimar; se llega a la Cruz del Castillo (antes había sagrario en el “Neveral”) y sobresale iluminada la Catedral de san Fernando, momento maravilloso para rezar el “Adoro te devote”; al fondo la luz verde resplandeciente de los hospitales Princesa de España (el sagrario más alto de Jaén, en la 8ª planta) y Capitán Cortés; si extendemos la vista en la lontananza: Villargordo, Linares, Mancha Real, Baeza, Los Villares, Valdepeñas y Martos, detrás de Jabalcuz. Descenso al casco antiguo por la Magdalena, antigua Santa Úrsula y San Juan de Dios; orientación San Juan, San Andrés, Alomar, Santa Clara, San Bartolomé y vuelta a la Cripta (a las 7 se expone el Santísimo); por la Carrera hasta la clínica de la Inmaculada, San Clemente, Armella, Belén y San Roque, Hermanitas, Asociación Almira, San Antonio y Centro Navas.
Aparecen más de cuarenta sagrarios en los que Dios permanece escondido y que toca a cada uno descubrir. Trasladarse en bicicleta por los sesenta sagrarios existentes implica 40 km, que se hacen en dos horas y cuarto. Al pasar por cada sagrario resuenan las últimas palabras que pronunció Benedicto XVI antes de fallecer, que sirven de oración: ¡Jesús te quiero!