Mc 8, 11-13
Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole, para tentarle, una señal del cielo. Suspirando desde lo profundo de si espíritu, dijo:
—¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.
Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se marchó a la otra orilla.
Jesús, leyendo esta escena del Evangelio veo la relación entre los signos y la fe. Muchos estamos convencidos de que la fe nace de los signos. Quizá esto puede ser un poco peligroso porque si la fe depende de los signos, tan pronto como éstos terminan, también se acabó la fe. Y la segunda razón es aún más grave, porque buscar señales es en realidad «tentar a Dios».
Jesús, ¿estoy de verdad convencido de que Dios es mi Padre y me ama con locura? ¿Y de que, Tú, Jesús, diste tu vida por mí? ¿Y para qué pido más señales o signos? Si lo pido, es porque en el fondo no creo realmente.
Muchas veces mi incredulidad, mi falta de fe, tiene su origen en el dolor y las heridas de la vida. El diablo construye sus perversos y mentirosos razonamientos para convencerme de que Tú, Dios mío, no existes o de que, si existes, en realidad no me amas. Por eso, Tú, Jesús, no haces ni caso a esa petición de los fariseos en el Evangelio:
«Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole, para tentarle, una señal del cielo. Suspirando desde lo profundo de si espíritu, dijo:
—¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.
Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se marchó a la otra orilla.».
Precisamente porque soy muy amado, por Ti, Jesús, no me dejas sin pruebas de este amor, sin los signos de esta verdadera entrega que Tú tienes hacia mí. Pero estos signos son un don gratuito Tuyo y no una exigencia mía. Muchas veces me los concedes cuando realmente lo necesito.
¿Quién conoce realmente mi corazón y mis necesidades sino Tú? Jesús, enséñame a abandonarme en manos de Dios Padre. Ayúdame a confiar de verdad y que no me deje llevar porque no hay milagro o no me «mandas señales» o porque las cosas deberían salir como yo creo que debería ser… ¡No! Te dejo a Ti, Señor: Tú te encargas. Que se haga como Tú quieres y sabes bien qué es lo mejor para mí. Eso es la fe verdadera.
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