Contaba un sacerdote algo difícil de creer.
Resulta que una niña, llamada Ana, llegó a su colegio enseñando dos celebraciones de su primera comunión, en dos días distintos. La niña vestía, en una y otra, dos trajes diferentes.
El cura que celebraba no era el mismo, y claramente eran dos iglesias distintas, donde ella decía que había hecho la primera comunión. Hasta el banquete posterior se celebraba en dos restaurantes diferentes y con distintos invitados. Las dos celebraciones igualmente asombrosas, por la ostentación.
Ana explicaba con sencillez que primero hizo la primera comunión con su madre, que no quiso invitar a su padre. Pero a la semana siguiente su padre dijo que él no iba a ser menos. Y fue y le compró otro traje más bonito, y le organizó otra primera comunión.
Algo sin pies ni cabeza, si realmente se entiende el sacramento. Pero nada inventado, ocurrió tal cual. ¿Nos damos cuenta de que la comunión nos ayuda precisamente a amar y amarse como Él nos ha amado?
Rafael de Mosteyrín Gordillo