Lo demás no importa…

Cambiar el mundo

Sin Autor

Seguramente la mayoría de los que leemos estas líneas fuimos bautizados cuando pequeños, allí nos llevaron nuestros padres, padrinos o abuelos. Es así que los recuerdos que tenemos de este sacramento pertenecen siempre a los demás, esos en los cuales nos hemos sentido parte.

En una oportunidad me tocó atravesar dos experiencias que hoy quiero ponerlas en la misma página, situaciones dolorosas, conmovedoras, fuertes y tiernas a la vez, de esas que te quieren arrancar lágrimas y no sabes con precisión si es tristeza o es emoción.

Dos días consecutivos subí al auto y me dirigí al hospital a bautizar a dos niñas. En ambos casos tuve que esperar un rato, al pie de sus camas, la llegada de algún familiar para que puedan acompañar la celebración. Esto me dio la oportunidad de conocer un poco más sus historias y la de sus familias. Al escribir estas líneas rezo por ellas y te invito a hacer lo mismo.

No es la idea aquí contar estas historias, muy distintas una de otra, sino relatar una parte de esta experiencia (a la cual puedo ponerle palabras) que puede ayudarnos a reflexionar. Si alguna vez pasaste por algún lugar de internación de niños, sabrás que verlos allí, solo con sus pañales puestos, muchas veces conectados a cables o tubos más grandes que ellos, provoca una sensación tremenda de impotencia y un nudo en la garganta que cuesta desatar. Así estaban estas dos niñas, luchando por respirar, segundo a segundo, latido a latido, sostenidas de algún modo misterioso por el amor de esos padres atentos a cada numerito de las pantallas, a cada línea de los monitores que parecen a cada momento hablar de una vida que se sostiene frágilmente.

Sobre las mantitas de una de ellas reposaba tiernamente un manto celeste traído especialmente para ella desde la casa de la Madre de Itatí, ropa más que suficiente para proteger la fe y sostener la esperanza. Papá, mamá y la niña… pero allí estaban también esos ángeles custodios que tienen nombre y apellido, que no tienen alas, pero vuelan de una cama a otra, ángeles con días buenos y malos, que se cansan, se enojan, sonríen y lloran, que se encariñan con estos sus niños de la cama 1, 5 o 9… hasta que alguien se los lleva. Ellos estaban allí en el Bautismo, padrino, madrina… y hasta fotógrafa, familia adoptiva… iglesia de campaña.

En la cama de la otra niña no había nada… nada hasta que llegaron los padrinos y nos dispusimos a realizar el Bautismo, casi por arte de magia de un bolso salió un vestidito blanco, las medias, y hasta los zapatitos (¿dónde se consiguen tan pequeños?) ¡y fue una fiesta! No hubo globos ni guirnaldas, solo cables y aparatos; no hubo música ni luces de colores más que el constante “pip” que indicaba la música más hermosa… ese corazoncito latiendo.

Lo demás no importa, tengo dos nuevas hermanas, no hizo falta nada más: “Yo te bautizo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, te sumerjo en la muerte de Cristo que te da una nueva vida… ¿Por cuánto tiempo? ¡Qué pregunta! No importa el tiempo si ya hemos entrado en la eternidad. Somos hijos de Dios… lo demás… ¡lo demás no importa!

Para renovar nuestro Bautismo

Desde el primer momento
fui marcado con el signo de la cruz en mi frente,
con ella me dieron la bienvenida,
y a la vez me mostraron el camino.
Que pueda honrar con mi vida
la profundidad de esa señal.
Fue pronunciada una Palabra sobre mi,
y no cualquier palabra, la Palabra del Señor.
Se invocó sobre mi la protección de los santos
y a ellos me confío, porque como ellos debo caminar.
Mi pecho ha sido ungido
pidiendo fortaleza y protección para toda mi vida.
Mis padres y padrinos renunciaron al mal
y declararon su fe en mi nombre,
hoy quiero hacerlo por mi mismo:
¡Sí, renuncio!, ¡Sí, creo!
Y cayó sobre mi la vida,
se abrió la fuente de la gracia
y recibí una vida nueva, la que viene de Dios.
Y el agua sobre mi derramada me limpió,
y así quiero vivir, purificando cada día mi existir.
Me colmaron del dulce olor de Cristo con el Santo Crisma,
y me revistieron de Él como hombre nuevo,
y se abrieron mis oídos y mis labios
para ser discípulo y testigo,
y todo el lugar se llenó de luz.
Dame, Señor, la gracia de renovar esta Gracia,
vivir mi bautismo, caminar en santidad,
que no se apague la luz de mi fe,
que ilumine a todos a mi alrededor,
que sea fiel hijo tuyo
desde ahora y para siempre.
Amén.

Padre Martin González
Palabras de camino (2018)
ig @padremartin7