Queremos caminar como verdaderos testigos o simplemente como espectadores de un mundo polarizado, lleno de incoherencias, mentiras, falsas verdades y apariencias mundanas. Quizás tendríamos que preguntarnos el porqué de todas estas cosas, donde subyacen los nacimientos de estas etimologías. Qué importante es el valor de la palabra dada, en la amistad, en el encuentro de lo cotidiano, en el perdón y en la herida probada.
El mundo tiene sed de esa verdad que habite en la sencillez de cada día, que responda las preguntas de esas primeras albas que estrena el amanecer, el camino, la honestidad, esa parresia, que hará siempre verdad en la tierra firme pro donde pisemos.
No podemos por tanto dar por válida la mentira, cerrar encrucijadas sin un encuentro fraterno, nos lleva a un buenismo, a un todo vale, al callar por no implicarse, a ser un espectador más de este mundo de ciencia ficción, donde el silencio está bajo precio.
Es el momento de permanecer en esa sencillez cotidiana, en la fraternidad, en el amor, en lo verdaderamente profundo de nuestro corazón, en las búsquedas y en las repuestas, no es el momento por tanto del buenismo, del siempre se ha hecho así, de cerrar puertas y levantar muros.
Nuestro camino ha de ser el del Señor, del Jesús del Evangelio, del dar el Espíritu sin medida, entregar la propia vida por la dignidad de los demás, en la promesa y la llamada no de un Dios a la carta, sino de la valentía y la búsqueda de un Dios resucitado, con los signos de una vida plena. ¿Por qué no preguntarme, he alegrado la vida a alguien? ¿He cuidado a alguien de verdad? Quitar el yo por un nosotros. Creer lo que uno lee, enseñar lo que uno cree y practicar lo que uno enseña.
Seamos amigos de la vida, vivir de verdad, no pasearse por las calles como si pareciéramos vivos, cuidando el amor fraterno con nuestras pobrezas y fragilidades, en lo cierto, somos almas vulnerables, confiándonos a la providencia y a la misericordia de Dios.
¿Soy aquél que debería ser? ¿Me pongo demasiadas expectativas?. Somos deudores de las personas a las que servimos, en la amistad, en la dignidad, en la parresia del valor de la palabra. Ciertamente, debemos anhelar un amor más grande, una atención más profunda, una caridad más verdadera. No basta con el buenismo de la conciencia tranquila, es el momento de amar en serio, contando nuestras insuficiencias en el amor fraterno y en nuestra relación con Dios.
Conozcamos de verdad a Jesús de Nazaret, en nuestro camino, en nuestra llamada, en nuestras heridas, en el perdón humilde que dibuja el arte de la gratitud y la alegría.
Alberto Diago Santos