Mt 8, 18-22
Se subió después a una barca, y le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Se le acercaron para despertarle diciendo:
—¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les respondió:
—¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?
Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres se asombraron y dijeron:
—¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Jesús, leyendo este pasaje del Evangelio he pensado en mis amigos.
Creo que es bueno siempre levantar la mirada y observar a mi alrededor… Sabes bien que alguno no lo está pasando muy bien ahora mismo.
Quizá en su «tempestad», algo puedo hacer de mi parte para ayudar a los demás y quizá puedes servirte de mí para «hacer de barca» donde puedan encontrarse con Dios Padre y Contigo que nunca te olvidas de nosotros.
Jesús, que no me encierre solo en mis movidas, mis preocupaciones o mis bajones… que también piense en las posibles tormentas o tempestades de mi familia y mis amigos.
¿Cómo puedo ayudarles a vivir con esa confianza puesta en Ti? Pienso que rezando mucho por ellos y también estando muy cerca con mi amistad: interesándome, preguntándoles, adelantándome, sirviendo… queriéndoles, haciendo la vida más agradable y no avasallando. Siempre dando libertad que es lo que Tú haces con todos y conmigo siempre… Una libertad bien entendida (porque la verdadera libertad está en la entrega a los demás): exigiéndome yo a mí mismo mucho y comprendiendo mucho más a los demás. Pero bueno… este es otro tema que ya hablaremos otro día, Jesús.
Madre mía Inmaculada, enséñame a estar muy pendiente de los demás y transmitirles esa confianza total de abandono en Dios Padre. Entonces… «sobrevendrá una gran calma» en sus vidas.
¿Te haces preguntas?
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