Me ha encantado el librito de Franco Michieli «La vocación de perderse» (Siruela, 2021), que alguien me recomendó. Se trata del testimonio impresionante de un geógrafo y explorador italiano, empeñado en desarrollar en sus travesías una nueva relación con la naturaleza, semejante a como lo hicieron nuestros ancestros. Ha eliminado los mapas, el reloj, la brújula y, por supuesto, el móvil y el GPS. Ha aprendido a dejarse guiar por el sol, las estrellas, la disposición del terreno y hasta el viento para hacer con un amigo largas travesías de semanas por tierras deshabitadas.
En este caso, la expedición que centra el libro consiste en cruzar con esquíes la Laponia de costa a costa a través de la tierra nevada. «En medio hay dos o tres poblaciones que tendremos que encontrar para aprovisionarnos. Con nuestra elección, la posibilidad de perdernos es real y, por tanto, también lo contrario: puede ser la ocasión para encontrar, para encontrarnos, para ser encontrados por lo inesperado» (pp. 12-13).
La lectura hace pensar acerca de cuántas cosas superfluas llenan nuestra vida y nos roban la atención para centrarnos en lo importante. «Quien renuncia a cosas consideradas indispensables en la sociedad en que vive tiene más posibilidades de vislumbrar lo que de verdad es esencial, o que a veces nos puede salvar» (p. 100).
No lo dice Michieli, pero resulta obvio para quien le lee. De lo que se trata —ese es el núcleo del mensaje cristiano— es de hacer espacio en nuestro corazón para que, en lugar de estar ocupado obsesivamente por nuestro YO, puedan entrar Dios y los demás. La naturaleza puede ser uno de los caminos para conseguir esto.