«Desaparecidos». Tim Gautreaux

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Sam Simoneaux es encargado en unos grandes almacenes de Nueva Orleans, los almacenes Krine, cuando una niña es secuestrada. Al robo de esta niña -Lily Weller, de tres años- hace referencia el título de esta novela: Desaparecidos, o en inglés The Missising (La desaparición). La historia transcurre en los años veinte del siglo pasado, después de la Primera Guerra Mundial.

A continuación, encontramos a Sam como tercer oficial de un barco de recreo, el Ambassador, que navega por el río Misisipi. Ha sido despedido de los almacenes Krine por causa del secuestro y, mientras trabaja en el barco, busca a la pequeña por los pueblos de la rivera. A pesar del dramatismo del argumento un suave sentido del humor acompaña el relato y gente buena ayudará al protagonista en su búsqueda.

Sam Simoneaux pertenece a la minoría francesa del estado de Luisiana, una minoría pobre, que reside tierra adentro, católicos, cuya lengua materna es el francés y son despreciados por los angloparlantes. Amantes de la música, Sam había recibido clases de piano. Es la misma raíz cultural francesa que tiene Tim Gautreaux, el autor de la novela.

Gautreaux tiene un gran talento narrativo, como si fuera testigo de los hechos y sabe trasladar allí al lector. La credibilidad de un relato reside en los detalles, donde otro autor mencionaría una locomotora el autor nos habla de una locomotora de diez ruedas; el lector sabe lo que es una locomotora, pero nunca se ha preguntado cuántas ruedas tiene y ese dato pondrá en marcha su imaginación. En los agradecimientos, el autor indica la bibliografía que ha utilizado para recrear la época en la que sitúa la novela.

Desaparecidos, a pesar de su extensión -son 577 páginas- no es una novela que estés deseando terminar, adelantar el final o, por el contrario, abandonar la lectura; puedes dejarla durante una semana y retomar la lectura con el mismo interés que al principio. Su atractivo está en la credibilidad del relato, la originalidad de los sucesos y en el estilo narrativo del autor. Estos componentes pueden hacer una obra maestra.

La novela tiene rasgos éticos, los buenos son buenos y los malos malos, sin confusión. El dolor rezuma muchas de sus páginas, sin llegar a la desesperación. Sam es invitado repetidamente a tomar venganza de aquellos que habían matado a sus familiares cuando él era solo un bebé, pero responde que «nunca me ha gustado rumiar la venganza» (pág.464). El protagonista se había criado unos parientes y su tío le había enseñado que «la venganza no hacía bien a nadie y que el castigo por ser un hijo de perra era el mismo hecho de serlo» (pág.354).

Hay un personaje especialmente penoso y es la señora White, una mujer rica, sin hijos, que encarga a unos bandidos el secuestro de Lily para criarla como suya. Encomienda su cuidado a una criada, ya que ella «se sentía incapaz de criar a una niña a la que además hubiera que dar amor» (pág.93). El autor se regocija señalando que al final, la señora tendrá que cambiar sus vestidos de seda por la tela basta del uniforme de la prisión. El traductor utiliza una expresión castiza para describir el destino de los White, antes tan respetables: «Parece que les ha mirado un tuerto».

Lily ha cambiado mucho durante los ocho meses que ha permanecido en casa de los White, no entiende por que tiene que reintegrarse al ambiente pobretón en el que había nacido. Tim Gautreaux realiza una advertencia que debería ser útil en los Estados Unidos, donde cualquiera puede comprar un arma: Con «una pistola en el bolsillo cambia el modo de pensar de un hombre, [pero] sin ella hay ciertos riesgos que no va a correr» (pág.425).

Nos encontramos ante una gran novela, para todos, didáctica en los aspectos literario, histórico y ético.

Reseña de Juan Ignacio Encabo Balbín para Club del lector