El papa Francisco nos recuerda en esta Semana Santa la importancia de la virtud de la paciencia. Si Jesús de Nazaret ha demostrado una paciencia sin límites, el cristiano, como buen discípulo suyo, está llamado a imitarle.
En el Huerto de los Olivos acepta con obediente amor la voluntad de su Padre Dios, para beber el cáliz de la crucifixión y así poder redimir a todos los hombres. Allí, en el Valle de Hebrón, experimentó el abandono y la soledad, porque ninguno de los ocho discípulos que le acompañaban fueron capaces de permanecer en vela y oración. A Simón Pedro, conocido también como “Cefas”, que significa “Piedra”, tuvo que formarle con paciencia y reprenderle con fortaleza para que se dejara lavar los pies, porque no sentía las cosas de Dios, sino las de los hombres.
Ejercitó la paciencia con el príncipe de los apóstoles, corrigiendo su visión humana, porque se enorgullecía de entregarle la vida; pero antes de que el gallo cantara dos veces le negó tres. Luego, al producirse la traición, le bastó una mirada de ternura y de comprensión para enseñarle que no podía contar con sus solas fuerzas. Pedro —y nosotros con él— aprendió la lección, pues lloró amargamente y se arrepintió.
Jesucristo tuvo una mayor comprensión y paciencia al anunciar que uno de ellos le había de traicionar, sin desvelar por delicadeza el nombre de Judas Iscariote; esperaba que aquellas insinuaciones le ayudarían a rectificar. Con la señal de un falso beso entregó al Hijo del Hombre, y éste le preguntó con un paciente derroche de cariño: “¿Amigo, a qué has venido?” Judas tuvo que removerse ante la serena y generosa amistad sin límites del Señor, pero estaba ciego y poseído por Satanás, lo que le impidió arrepentirse. Lo haría más adelante, cuando comprobó que el Sanedrín iba a ajusticiar al Redentor, proclamando ante Caifás y los sacerdotes su inocencia. A diferencia de Pedro se desesperó y terminó ahorcándose.
Del Salvador profetizó Isaías: “Como cordero llevado al matadero, y, como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió boca”. Le detuvieron como a un ladrón, le condujeron por las callejuelas de Jerusalén, desde la casa de Anás a la de Caifás, desde el Pretorio de Pilato a Herodes, ante la ignominia de quienes se cruzaban. Le interrogaron por su doctrina y quiénes eran sus discípulos, y contestó que nada había dicho en secreto, porque había hablado claramente al mundo en la sinagoga y en el Templo. Esto motivó que un sirviente le diera una bofetada por responder así al sumo sacerdote. Pero Cristo, ante el abuso de autoridad, sin dejarse llevar por la ira, le contestó con templanza y dominio de sí: si he hablado mal, declara ese mal; pero si tengo razón, ¿por qué me pegas?
Padeció con amor y paciencia las burlas, los salivazos, los golpes, la brutal flagelación que le dejó exhausto; le compararon con Barrabás, un ladrón homicida; le crucificaron entre dos ladrones; el Sanedrín no reconoció la verdad, que era Hijo de Dios; humillaron al Rey de los judíos al hincarle una corona de espinas y vestirle con andrajos de púrpura. Pese a que en cuatro ocasiones fue declarado inocente por Poncio Pilato, éste se lavó las manos y transigió en que se ejecutara la condena. Ante la injusticia, Jesús responde ahogando el mal con abundancia de bien.
Su comportamiento quiso que sirviera de ejemplo: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Obedeció a su Padre Eterno dejándose coser mediante los clavos, en sus manos y en sus pies, desnudo en un madero, hasta la muerte y muerte de cruz. Es tan grande el amor que nos dispensa que se ha quedado inerme en cada Sagrario, con su Cuerpo, con su Alma y su divinidad. Dice san Gregorio Magno: “La paciencia consiste en tolerar todos los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos los causa”.
Estamos en la sociedad de las prisas, de conseguir las cosas ahora mismo, y queremos que los demás cambien al instante. Nos falta paciencia para no contestar ante las provocaciones y escuchar a quienes nos importunan. Estos días hemos aprendido del Maestro que la caridad es paciente, amable, que no se irrita, que no obra por soberbia, no se cansa, sabe esperar y perdonar.