Es una preciosa canción que recomiendo encarecidamente en cualquiera de sus versiones: para bailar la del gran Stevie Wonder, si quieres más swing Mr. Sinatra; pero, si quieres traer a la memoria los mejores recuerdos de tu vida, sin duda la Gourmet Grooves Band y un saxo que te saca tu sonrisa más feliz.
Es una tarde de invierno en plena primavera: un viento gélido te congela las orejas sin piedad y la lluvia es casi nieve que golpea la cara sin compasión alguna. La típica tarde para estar en casa escuchando música, leyendo, o ambas cosas a la vez. También puedes ponerte a las teclas, como es el caso, y dejar que la música sea la que te dicte lo que has de poner en letras, palabras y, sobre todo, corazón.
Ahora suena una preciosa balada: “Imagining you”, y me hace volver a pensar de nuevo en Ti, mi Dios y Señor, Creador del universo entero, incluida la que escribe. No hay manera posible en esta vida -y probablemente tampoco en la venidera- para agradecer todos y cada uno de los regalos que me has hecho y continúas haciéndome cada día. Entre ellos está, cómo no, mi imaginación, que lucha por hacerte un retrato, elucubrando cómo serían tus ojos, tu pelo, tus manos, esas con las que instituiste la Eucaristía, el Sacerdocio; esas con las que sanaste tantos ciegos, cojos, mudos, leprosos…
Imaginarte es un ejercicio casi de oración, porque mi boca mira hacia Ti, se queda abierta ante la magnitud de tu mirada en mi alma, que también cae rendida ante tu presencia, Señor y Dios mío, cada vez que tu Gracia cae en mi alma, cada vez que nos encontramos Tú y yo, yo y Tú, gracias a la intervención de uno de tus sacerdotes. Eucaristía y Penitencia, nuestros encuentros más íntimos, esos en los que podemos quedarnos a solas durante unos instantes, como enamorados que buscan con ansia estar juntos, aunque solo sean unos minutos. Así es nuestra relación ahora mismo, pero llegará el día -así lo prometiste, así me lo prometiste- en que ya no habrá ni tiempo ni espacio, sino que todo será la eternidad del mayor Amor jamás imaginado para estar juntos.
Estoy en Semana Santa, hoy es martes, y este año toca “mal tiempo”, aunque en realidad es el mejor posible, porque los campos andan sedientos y toda el agua que les caiga es poca, a pesar de que la mortificación es para las procesiones. Habrá más años y más Semanas Santas, pero el campo se muere de sed y debemos seguir pidiendo a Dios que envíe agua abundante a nuestra tierra. También es cierto que no va a dejar de ser Semana Santa si no salen los pasos a las calles; los oficios del Triduo Pascual van a seguir celebrándose en las iglesias católicas.
Quizá sea este el momento de volvernos hacia la liturgia, ese ceremonial que nos trae el cielo a la tierra, que nos coloca en el Evangelio como un personaje más y nos ayuda a comprender, compartir y agradecer que el Hijo de Dios nos amase y se entregase por todos y cada uno de nosotros, como dice San Pablo a los Gálatas.
Estamos en primavera, la sangre empieza a alterarse igual que la climatología, y los olores a incienso y cera inundan las calles, los templos y los corazones de los fieles. Ojalá seamos una ofrenda de buen olor para el Señor con nuestra participación en cuerpo y alma en las celebraciones del Jueves Santo, Viernes Santo y la gran Vigilia Pascual del Sábado, el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, nuestro Señor. No estaría mal que por una vez en la vida (for once in your life) le diéramos prioridad a lo que de verdad importa: la realidad de que hemos sido salvados por la entrega hasta la muerte de quien es el Hijo de Dios. Le debemos, al menos, eso.