Mi suegro tenía un buen amigo que, durante los siete años que la familia de mi mujer se fue a vivir fuera de España, lo llamó por teléfono cada martes. Cuando falleció mi suegro, pasó a llamar a mi suegra, ya de vuelta a España, durante otros diez años. Y, tras fallecer mi suegra, llamó a mi mujer, como hija mayor de su familia, otros siete años, hasta que falleció él.
Cada martes, a las ocho de la mañana, invariablemente, Loles recibía la llamada de “el fósil”, como le gustaba que le llamáramos. No se saltó uno solo. Durante el embarazo de nuestro último hijo, me llamaba a mí por si Loles estaba durmiendo, y yo le pasaba a Loles o recibía por ella el mensaje. Un inalterable ritual de cariño semanal.
Hay muchas formas de amar. Hay gente que expresa su amor así, ritual y tenazmente, llamando siempre a la misma hora. Otros, yo me encuentro más bien en este grupo, expresan el amor, digámoslo así, de manera más cambiante. Un día llaman, el otro no y el tercero escriben un poema. Lo mismo sucede con los posts. Sigo algún blog que invariablemente publica con una cadencia inalterable; mientras otros lo hacen irregularmente.
Hay quien recuerda las fechas y quien es más despistado y se olvida de ellas, pero luego tiene un detalle un día cualquiera. Y los dos pueden amar con la misma intensidad y entrega. Creo que podemos estar de acuerdo en que no se ama solo con la memoria. Sería un amor francamente aburrido.
Lo mismo sucede con los abrazos. Cuando yo era joven, en mi entorno más próximo la gente no se abrazaba mucho. Ahora, sí. En Japón, por ejemplo, se saludan con una reverencia de cabeza y, aunque no sé mucho de la cultura japonesa, estoy seguro de que no por eso aman menos que los latinos, que somos más dados al abrazo. Bueno, yo no mucho, la verdad. Me refiero al abrazo a personas distintas a mi mujer, claro. Santa Teresa advertía: “entre santa y santo, pared de cal y canto”. Y, sin embargo, hay abrazos que pueden ayudar a sanar muchas heridas emocionales.
En cualquier caso, cada uno, por su biografía, su cultura, su temperamento y tantas cosas más tiene su estilo de amar. Por eso Gary Chapman habla en su libro de Los cinco lenguajes del amor, aunque yo creo que hay muchos más.
Recuerdo una vez que estaba escuchando a una psicóloga que atendía a un grupo de padres y madres cuyas hijas habían experimentado el durísimo trauma de haber sufrido un accidente de autocar en el que varias resultaron heridas y vieron morir a una de sus monitoras estando muy lejos de casa, en un país africano. Una madre estaba muy preocupada porque su hija aún no había sacado fuera la tensión que llevaba dentro, es decir, no había tenido la gran llorera, como la mayoría de las niñas, ni quería hablar del asunto. La psicóloga le dijo con mucha paz que cada uno vivía el duelo a su manera y que su hija no tenía por qué llorar ni por qué exteriorizar su sufrimiento, que había que respetar su manera de vivirlo, estando simplemente a su lado sin forzarla a hablar.
Es verdad, a veces pensamos que nuestro estilo de amor es el mejor y que aquello que a nosotros nos ayuda o nos funciona ha de funcionar a todo el mundo. Pero, claro, si de amor hablamos, los importantes no somos nosotros, sino la persona amada, y el estilo de amor que hemos de descubrir no es el nuestro, sino el suyo. Y, entonces sí, forzarnos un poco para amarla como ella quiere ser amada.