Ahora, quien no tiene una colección de másteres o está en proceso de obtenerlos, parece no tener relevancia. Es cierto que la formación académica es valiosa, pero no debemos olvidar que la vida cotidiana y las experiencias también nos enseñan. Las vivencias personales son igualmente importantes y educativas. Además, no podemos subestimar la influencia de buenos maestros en nuestro crecimiento.
El coaching se ha vuelto muy popular, pero no necesitamos recurrir a términos extranjeros para sentirnos empoderados. Siempre hemos tenido acceso al consejo de amigos, padres o sacerdotes, y es algo que no tiene precio.
Jesús es el Maestro por excelencia, y su sabiduría va más allá de las corrientes populares. Él comprende que la vida no siempre es fácil; enfrentamos obstáculos, cansancio, enfermedades y falta de comprensión. La escena de la Transfiguración nos muestra su rostro radiante, y nos ayuda a sobrellevar los momentos difíciles.
En nuestra existencia, hay claroscuros y cambios de ánimo, pero nuestra esencia permanece constante. La unidad de propósito y dirección en nuestras acciones da sentido a nuestra vida. El relativismo y la elección sin un bien definido pueden desgarrarnos y descomponernos. Es importante encontrar un equilibrio entre la libertad y la finalidad que nos guía.
La Iglesia, como experta en humanidad, mira a Cristo, el hombre perfecto, y aprende de Él. Nos enseña a encontrar la felicidad y a mantenernos fieles a nuestro amor a pesar de las dificultades, contradicciones y pecados. Nos proporciona razones para seguir adelante en el camino que hemos elegido libremente, incluso cuando enfrentamos cuestas empinadas, recodos y oscuros desfiladeros.
Antes de ascender al Cielo, Jesús encomendó a los Apóstoles el cuidado de sus ovejas. El sacerdote tiene la misión de ser un buen pastor para nosotros, cuidando de nuestras almas. Además de su propia experiencia y formación, cuenta con la gracia divina necesaria. En cierto sentido, es un “Master” en acompañamiento y coaching espiritual.
El director espiritual, a quien confiamos el cuidado de nuestra alma, nos ayuda a mantener claros nuestros objetivos, a simplificar nuestra vida y a poner en perspectiva lo que nos preocupa. Es un experto en sacar lo mejor de nosotros y, a través de la confesión, perdona nuestros pecados y nos brinda la oportunidad de comenzar de nuevo. Al escucharnos pacientemente, nos guía para ser la persona que deseamos ser y modelar nuestra vida conforme a Cristo. Y lo interesante es que, a menudo, se conforma con una simple invitación a tomar un café de vez en cuando. Su caché es muy asequible.
Juan Luis Selma