Transformación

Cuaresma

Javier Pereda Pereda

La preparación de la Semana Santa refleja que España, y de forma especial cada rincón de Andalucía, continúa siendo católica. Desde los primeros siglos de la cristiandad la Cuaresma significa una oportunidad para prepararse intensamente ante los misterios centrales de la fe. El pueblo cristiano quiere aprovechar este tiempo privilegiado, para intentar, sobre todo, una transformación personal.

Muchos autores se sirven de imágenes deportivas para ilustrar la lucha ascética cristiana. En la vida espiritual, como en la actividad deportiva, siempre se puede mejorar y cambiar. Aunque algunos conformistas piensan que se puede mejorar, pero no cambiar. Aspecto que se contradice con el testimonio de las personas que han vivido las virtudes de forma heroica, al igual que deportistas que han logrado la excelencia. Esto supone —en los dos aspectos— planificarse, entrenar seriamente, con constancia, orden y dedicación; contar con un entrenador o un amigo que transmita su experiencia y aconseje cómo resolver las dificultades.

Lo que resulta insustituible es la ilusión personal por decidirse a entrenar, para mejorar las virtudes cristinas o la última marca. Esta disposición —que dura toda la vida— se intensifica de forma especial durante este “tiempo favorable”.

Habría que comenzar por desprenderse de las ataduras que nos impiden progresar, para avanzar con libertad. Con Gabriele Kubi “se destruye la libertad en nombre de la libertad”. Las adicciones y esclavitud de las drogas, el uso desordenado de la sexualidad y los malos hábitos, incapacitan a las personas para cualquier gran ideal. Éste no se consigue sin sacrificio. Los deportistas se abstienen de los alimentos perjudiciales como el azúcar, el alcohol y las grasas saturadas que elevan el colesterol. Esto supone ejercitarse en el dominio de sí mismo, que se logra al entrenar y repetir series, que se denomina como hábitos operativos buenos.

Pablo de Tarso, un campeón de la fe, converso, de cultura helénica, ciudadano romano y de raza judía, explicaba a los ciudadanos de Corinto: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos sin duda corren, pero uno solo recibe el premio? Corred de tal manera que lo alcancéis. Los que compiten se abstienen de todo; y ellos para alcanzar una corona corruptible; nosotros, en cambio, una incorruptible. Así pues, yo corro no como a la ventura, lucho no como quien golpea al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que, después de haber predicado a otros, quede yo descalificado”. Esto nos invita a tomarnos muy en serio la lucha por la santidad.

El papa Francisco en el mensaje para la Cuaresma de este año aconseja: “Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios y detenerse ante el hermano herido”. Esta sugerencia nos golpea interiormente para hacerla realidad en este “tempus salutis”.

San Agustín nos regala un mensaje lleno de esperanza: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, porque nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no es vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.

Por eso se necesita analizar los datos de cada lucha y entrenamiento, como hacen esos relojes inteligentes diseñados para atletas, y extraer conclusiones. Con frecuencia recuperamos las lesiones musculares en el sacramento de la confesión, para recomenzar con mayor energía; habrá que cuidar la alimentación de nuestra alma con la recepción frecuente de Jesús Sacramentado; nos detendremos a oir los consejos del mejor entrenador y Maestro con la lectura diaria de los Evangelios; examinaremos los niveles de frecuencia cardiaca máxima (VO2), que indican el volumen máximo de oxígeno que puede procesar el cuerpo durante el ejercicio; es como el compendio de todas las indicaciones a tener siempre presente: la capacidad de amar.

Si se realiza unos preparativos minuciosos durante estos cuarenta días, aumentará la posibilidad cardiorrespiratoria; conseguiremos un corazón que sabe comprender, disculpar, perdonar y convivir; que es paciente, amable, nada envidioso, que no obra por soberbia, ni es egoísta, ni se irrita, ni toma en cuenta el mal, que todo lo aguanta y que todo lo soporta. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros” (Jn 13,35).