Sobre este suceso se ha escrito y se seguirá escribiendo en las próximas semanas. Algunos aprovecharan sus diferentes foros para volver a tirar piedras al celibato sacerdotal, etc.
Quería centrarme en un aspecto que puede que no hayamos percibido y que tiene su gran relevancia. Este hombre tenía 84 años y vivía solo. Seguramente después de haber vivido de ese modo se le hacía muy costoso compartir su vida con los demás, pero a esas edades las personas necesitan más ayuda y consuelo. Muchas familias recurren a las residencias para mayores, otras buscan a alguien que esté al cuidado, la Iglesia -no lo puede olvidar- tiene la fraternidad sacerdotal.
El cuidado de los sacerdotes mayores debe ser una preocupación de cada diócesis: cuidado material, pero también espiritual y moral de esos sacerdotes. Ya no son esos sacerdotes jóvenes que iban de aquí para allá atendiendo pueblos y parroquias urbanas; son sacerdotes que tienen que ir a las consultas de los servicios sanitarios, buscar quien les pueda hacer la comida o cena y quien les limpien la ropa.
Alguno podría decirme que para ellos están las residencias sacerdotales, no les faltan razón. Sin embargo, recuerdo lo que acabamos de decir: hay algunos que llevan años viviendo solos y quieren seguir viviendo en soledad, pero con cierta compañía.
Puede ayudar, si sirve esta idea, que los seminaristas vayan a visitarles con frecuencia o que los sacerdotes jóvenes, aquellos que llevan pocos años de Ordenación, también vayan de vez en cuando a escuchar a un sacerdote que se ha enfrentado a muchas batallas a las que ellos van hacer frente en los próximos años.
Los sacerdotes mayores aparentemente pueden parecer un estorbo en una diócesis y lo que son es un tesoro.