Me he detenido en la pausa, he querido alejarme de las prisas que riegan la rutina, y ver con profundidad la película “La Sociedad de la Nieve”, no desde la mundanidad o el sensacionalismo del cine, sino desde la pedagogía de Dios.
Se habla de mala suerte, de desgracia, de tragedia, y algunos virtuosos, hablan de milagro. En este mundo, estamos acostumbrados a la impaciencia, a la bandera del reconocimiento, dar para recibir. Se trata por tanto de la moda del inconformismo, y tener el corazón poblado de avaricia, pretendemos a todas luces, tener reconocimiento, placer, las seguridades vitales eternas, nos creemos muchas veces que no vamos a morirnos nunca, que el sufrimiento es algo lejano, solo pasa en la vida de otros.
Ante esta clave es preciso preguntarse ¿A qué estoy dispuesto a renunciar? La voluntad de Dios hay que saber interpretarla, seguir el camino, a veces corrompemos la paz y la libertad de Dios.
El fondo de la narrativa de esta película nos habla de un sufrimiento, de las heridas, de las batallas, de la dureza de la vida o del mundo, de la soledad compartida y habitada, de que no somos el epicentro de nada ni de nadie.
Esta pedagogía, que verdaderamente es del Señor y tiene su fuente en la sabiduría, nos lleva a no sufrir por el sufrir, sino acoger la incomprensión de muchos y habitar en la compasión de un mundo sediento del amor de Dios, el mismo Dios, que perdona, que liberta, que cura y salva de la esclavitud.
No se trata por lo tanto de la belleza de las imágenes o efectos especiales de esta película. Hay un sentido a la avaricia, de ver toda tragedia como pérdida. Me han venido ala cabeza en muchos momentos, la vida del Sacerdote Pablo Domínguez, no se trata por tanto sólo de dejar poso, sino de entregar el Espíritu sin medida, vivir sin calcular.
Podemos extraer algo como Epifanía de la belleza. En esta historia, la tragedia de un accidente aéreo y en un papel se lee: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” Jn 15,13.
Los que continuaron su vida, como signo de una peregrinación interior, los entregaron su alma y gozan eternamente de la presencia del resucitado, igual que muchos otros, dándonos ejemplo de despojarse de todo, como San Francisco de Asis.
Este es el gran milagro de la vida, ser bendecido por el Señor.
“Cuánto hay de verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable y de encomiable. Todo lo que sea virtuoso y digno de alabanza tenedlo en estima. Lo que aprendisteis y recibisteis, lo que oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra; y el Dios de la paz estará con vosotros”. Filipenses 4,8-9.
Alberto Diago Santos