El estreno en abril de 2023 de la película “Nefarious: Cuando habla el diablo”, supuso un verdadero fenómeno en Estados Unidos y estuvo entre los “Top 10” durante la primera semana.
El próximo 2 de febrero llegará a nuestras pantallas por la distribuida “European Dreams Factory”. La dirección, producción y guion corresponde a Chuck Kozelman y Cary Solomon, conocidos por el extraordinario trabajo en “Unplanned”.
Se trata de una apuesta sin complejos de cine cristiano independiente, que quizás no consiga Oscar, pero que afronta un hecho con frecuencia olvidado: la presencia real de Satanás en el mundo. El título “Nefarious” hace referencia al Maligno: nefando, malvado o indigno.
Lejos de ser un film de terror o de miedo, se traslada al “séptimo arte” un auténtico tratado de teología sobre el “padre de la mentira”, ajustándose con fidelidad a la Sagrada Escritura. Sólo el hecho de recordar y plasmar con destreza en el metraje la existencia del “diablo” (“dia-bolos”), aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación, supone todo un acierto.
Al acabar la oración del “Padrenuestro” con “y líbranos del mal”, indica una petición que no es una abstracción, sino que designa a una persona, Satán, el ángel que se opone de forma antagónica a Dios.
Siguen siendo actuales las palabras proféticas y orientadoras de Pío XII: “es posible que el mayor pecado del mundo de hoy consista en que los hombres hayan empezado a perder el sentido del pecado”. Un planteamiento que fue ratificado por Juan Pablo II al explicar que “se ha oscurecido, atenuado, disminuido y diluido el sentido de pecado. Es el drama del hombre moderno, actor y víctima de su entorno cultural”. El mismo “Nefarious” se sorprende en una secuencia en la que el sacerdote exorcista no le daba mucha importancia al demonio.
Contra las doctrinas buenistas, el papa Pablo VI, en pleno postconcilio, puso el dedo en la llaga al indicar que tenía la sensación de que “por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. Un diagnóstico que podríamos suscribir de forma inequívoca en la actualidad. No se trata de hacer apología del pesimismo ni de la desesperanza, pero tampoco de cerrar los ojos a la realidad, como constató el papa eslavo, por experiencia personal: “El demonio está más activo que nunca”.
Su obra la observamos en el mal, las legislaciones contra la naturaleza humana, las guerras, las ideologías liberticidas. Esta ha sido una constante de la humanidad, como en los comienzos del cristianismo, que san Pedro advertía: “porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar”. O la experiencia del converso de Tarso de Cilicia: “Revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque nuestra lucha es (…) contra los espíritus malignos que están en los aires”.
Este estreno viene a recordar que toda la Humanidad participa en una batalla del Bien (Dios) contra el Mal (el tentador, la serpiente, el anticristo). En cierta forma, los 98 minutos de metraje evocan a los diálogos de “Cartas del Diablo a su sobrino” de C.S. Lewis, para cabezas bien formadas y elevadas sensibilidades.
El prestigioso psiquiatra, James Martin (Jordan Belfi), tiene que diagnosticar el estado de salud mental del asesino en serie y condenado a muerte, Edward Wayne Brady (Sean Patrick Flanery). Este dictamen es decisivo para establecer la inimputabilidad penal, pues el estado de Oklahoma contempla la pena de muerte.
La película se desarrolla en una celda, con diálogos ágiles y profundos, entre Edward, con doble personalidad, subyugado y poseído por “Nefarious” y el médico, que no cree en las realidades sobrenaturales. El preso poseído por Belcebú predice al doctor que cometerá tres crímenes antes de salir de la sala: una eutanasia, un aborto y un asesinato.
En los intensos diálogos se plantea que los demonios son ángeles caídos, creados por Dios, que, teniendo una naturaleza buena, le rechazaron de forma irrevocable, pues ellos mismos asumieron las palabras del tentador a nuestros primeros padres, de “seréis como dioses”. Sin embargo, el poder del Leviatán no es infinito, pese a que cause graves daños. Jesucristo nos ha liberado del poder de Lucifer con su muerte y resurrección; mediante el sacramento del Bautismo. Porque “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”