Alejandra Gutierréz tiene 32 años y es madre de dos hijos. Vivían en un contexto normal en la ciudad de Bogotá (Colombia). A sus padres un día los asesinan en la puerta de su casa. Su padre muere al instante y su madre llega a tiempo a dejarnos a salvo mientras que ella fallece en presencia de su madre materna. Se quedan con su abuela materna pero hubo ciertos problemas porque la familia paterna también quería quedarse con ellos. “Mi abuela hizo frente al dolor y comenzamos desde cero. A pesar de ser feliz y decirnos que nuestros padres están en el cielo crezco con un gran vacío”, reconoce.
“Empecé a andar con la vida con muchas heridas e inseguridades. Sentía que no era de nadie en particular. No tenía tan real esa conexión con Dios aunque sabía que estaba conmigo”, comenta. En ese momento no tenía una relación cercana con su hermano, discutían bastante. A los 14 años comienza a hundirse emocionalmente con una depresión no diagnosticada. El único que le veía llorar era su hermano y le decía que tenía que aprender a madurar, a ser fuerte. Fue entendiendo que esa no era la forma de solucionar lo que estaba sintiendo.