Cuando me preguntan, ¿qué es lo más importante que aprendiste durante el 2023? Mi respuesta es amar a Jesús.
Hace 7 meses decidí escuchar la llamada de Cristo. Y sí, digo escuchar, porque ÉL nos llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre (y no por nuestros pecados) para invitarnos a hacer su voluntad. Otra cosa es que no le escuchemos. Él nos da la libertad de elegirlo, nos tiende la mano en nuestros momentos más difíciles y nos invita a escoger el camino de la santidad. Debemos recordar que Dios amó al mundo de esta forma: «Entregando a su único hijo para que aquel que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La santidad es un arduo camino, pero el único para alcanzar la verdad. Todos somos llamados a ser santos, pero el mundo en el que vivimos no nos lo pone nada fácil. La fe no es un mero sentimiento o emoción pues necesita de la racionalidad y la revelación divina para ser cultivada. La fe es la DECISIÓN de adherirse a una vida conforme a la voluntad de Cristo, es por ello por lo que es puesta a prueba continuamente.
Nací y crecí en una familia agnóstica y durante toda mi vida no he recibido sacramento alguno. Hace ya 7 meses que empecé a sufrir una deconstrucción brutal de mi persona, la cual sigue progresando sin freno alguno hacia la promesa de la vida eterna en el cielo. En breve empezaré la catequesis.
No puedo decir que mi devoción fuese inmediata porque mentiría. La Semana Santa en Madrid fue un gran aliciente, ya que por primera vez asistí a la procesión de Nuestra Señora de la Soledad, y se me saltaron las lágrimas de emoción. Mi incipiente devoción fue creciendo paulatinamente tras domingos de misa, mañanas estudiando el catecismo y, por supuesto, gracias a la revelación divina. Pero, sobre todo, lo que me empujó a seguir a Cristo fue su mensaje de esperanza cuando más estaba sufriendo. Pues Él bien dijo: «Si quieres venir en pos de mí, toma tu cruz y sígueme» (Mt 16, 21-27). Y abracé mi cruz.
Algo que no debemos olvidar en este camino es el papel de la Iglesia. La Iglesia es la madre de todos los creyentes, y «nadie puede tener a Dios por padre, si no tiene a la Iglesia por madre». La fe es un acto personal, pero nadie puede creer solo, y es por ello precisamente que necesitamos de una comunidad para cultivarla. Pero también necesitamos contagiarnos de la fe de otras personas, y es por ello por lo que quisiera agradecer especialmente a Carmen, a la que Dios me dio la oportunidad de conocer hace poco por su ayuda brindada en este proceso.
Mi testimonio es algo íntimo, pero como cristianos, tenemos el deber de evangelizar y de dar a conocer las promesas de nuestro amado señor Jesucristo. Por ello la importancia de unirnos como hermanos en la oración, no sólo en misa, sino en la calle o donde haga falta.
Sin embargo, no debemos obviar lo más importante: nuestra salvación. Porque el camino de la salvación sí es individual ya que depende únicamente de nuestra fe y de nuestras acciones. Abrir el corazón a Jesús es decir SÍ a una vida conforme a los valores que cimientan nuestra civilización y que parecemos haber olvidado. Es decir sí a cultivar las virtudes que nos llevan a la santidad: la humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza, la caridad y la diligencia. Estas virtudes son esenciales para poder conocer la libertad. Nuestra alma es presa de los vicios que nos corrompen, y como católicos debemos depurarla de todo mal. O al menos, hacer el intento.
Como decía una conocida con la que espero poder entablar una sólida relación de amistad: “Yo soy muy mala católica”. Yo también lo soy, pues no acabo si no de empezar este largo camino, y no puedo hacer otra cosa que no sea exigirme lo máximo de mí, como procuro hacer en todo lo que hago.