La terminación del año y el comienzo de uno nuevo suelen sugerir a muchas personas la adopción de resoluciones drásticas para cambiar de vida: dieta adelgazante, gimnasio, aprender un idioma, leer a los clásicos, dejar de fumar, desconexión de las redes sociales, etc. Lamentablemente muchos de esos propósitos no superan las primeras semanas de enero, dejando un regusto de penosa frustración.
Me ha gustado el libro de James Clear «Hábitos atómicos. Cambios pequeños, resultados extraordinarios» (Planeta, 2023) que he leído recientemente. Me parece que su lectura puede ayudar mucho a comprender el proceso de adquisición de hábitos y por qué tan a menudo fracasan esas formidables resoluciones del primer día del año. Copio una comparación que aporta Clear y que me ha encantado: «El bambú apenas se alcanza a ver durante los primeros cinco años. Durante ese tiempo desarrolla un complejo sistema de raíces que, una vez maduro, le permite crecer más de dos metros en menos de seis semanas» (p. 35).
Quería destacar además un punto muy concreto y es el de la necesidad de disfrutar con la actividad particular cuyo hábito queremos desarrollar. Me topé hace unos días con una sabia y luminosa afirmación de un autor medieval: «Mientras los hombres no encuentren placer en la virtud no podrán perseverar». Me gustó esa frase porque estoy persuadido de que es clave disfrutar en el presente con los pequeños logros y, solo si disfrutamos día a día, nuestro hábito podrá crecer como el bambú.
Es un error antropológico plantearse propósitos de imposible cumplimiento, pues además nos ocultan que lo decisivo es vivir en el aquí y el ahora y, si es posible, disfrutando.
Que este sea nuestro verdadero propósito para el 2024. ¡Feliz nuevo año!
Ilustración: Michael Savellano, Bosque de bambúes, Kyoto, Japón.