Elegidos, santos, amados. ¡Feliz 2024!

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Yo quisiera llevarme al 2024 las palabras con las que san Pablo se dirigió a los colosenses, y que hemos escuchado en la fiesta de la Sagrada Familia: «elegidos, santos y amados». Habrá muchas tareas por delante, pero qué importante es reconocerse en el punto de partida.

Elegidos. San Pablo quería afirmar ante la comunidad naciente de Colosas un principio fundamental de la fe cristiana: tú estás aquí porque Dios te ha elegido. Hoy en día no es fácil aceptar la elección de Dios, porque el acento se ha puesto en el protagonismo de nuestra respuesta.

Elegido. Descansa en esa elección, trabaja desde esa elección. Aprende a reconocer las señales cotidianas que te hablan de hasta qué punto merece la pena comprometerse en lo que se ha ido desplegando en tu vida como tu forma de comprometerte en el mundo.

Santo. Sí, santo. Aprender a reconocer lo inalienable de tu dignidad. No hay ninguna circunstancia vital que pueda exigirte claudicar de esa forma de autopercibirte. Ni siquiera tus pecados. No desde la mirada de Dios, que sigue abarcando tu vida como posibilidad de algo nuevo.

Amado. Que nadie entre en este año sin intención de amar. Se puede formular ese propósito porque guardamos como un tesoro la incondicionalidad del amor de Dios por nosotros. Él nos amó primero, para que desde el abismo hasta lo alto de la cima entendamos que el amor es cierto, es posible, y está llamado a liberarse de la tiranía de tu subjetividad. Reconocerse amado es sublevarse contra la aparente necesidad de la exaltación del sentimiento propio. Amado como cimiento de toda respuesta afectiva que tiende al sumo bien.

Así, elegidos, santos, amados. Entremos como multitud preparada para este año de gracia de 2024. ¡Feliz año!

Declan Huerta Murphy