En noviembre de 2006 explicaba Benedicto XVI que Dios no nos ama porque seamos buenos, virtuosos o meritorios. Sino porque Él es bueno. Nos ama aunque no tengamos nada que ofrecerle.
Recuerdo también que el último día de su pontificado, el 28 de febrero de 2013, mostraba su agradecimiento ante los Cardenales presentes, por la cercanía y consejos que había recibido de ellos. Habían sido casi ocho años como Papa, antes de ser Emérito.
Son dos características que me alegra recordar de Benedicto XVI, ahora que el día 31 se cumple el primer aniversario de su marcha al Cielo. Su profundo conocimiento de Dios, a la vez que su amabilidad y sencillez. Se trata sin duda de uno de los grandes protagonistas de las últimas décadas.
Su vida y sus escritos son tan admirables que espero lo veamos algún día como Doctor de la Iglesia. Me lo imagino junto a san Juan Pablo II, que siempre lo consideró un amigo de confianza.
Rafael de Mosteyrín Gordillo