El 15 de febrero de 2009 fallecía en un accidente de Montaña en el Moncayo cerca de Zaragoza el sacerdote de la diócesis de Madrid, Pablo Domínguez, entonces decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontifica de San Dámaso y catedrático de filosofía eclesiástica de dicha Universidad.
Había empezado a impartir unos ejercicios espirituales a la comunidad cisterciense de Tolebras (Navarra) el día de la Virgen de Lourdes, 11 de febrero, y el 15 de mañana se despidió de las religiosas para encaminarse a dicha montaña. Después de celebrar el santo sacrificio de la misa en la cumbre, al descender, sufrió una caída y falleció él y el acompañante a tan peculiar celebración.
Las religiosas cistercienses recibieron, en las siguientes semanas, la petición unánime de publicar las palabras pronunciadas por Pablo Domínguez en aquellas jornadas en las que estuvo con ellas, es decir, en los últimos días de su peregrinar terreno antes de irse a la casa del Padre. De ahí el subtítulo del libro: testamento espiritual.
Cualquiera que le hubiera escuchado en sus clases, conferencias, pláticas o meditaciones, comprobará inmediatamente que es él: el inolvidable comunicador de la fe y del amor apasionado a Jesucristo y, por supuesto, su fino y culto humor, siempre manifestado en visión positiva pues, como aclara al comienzo de estos ejercicios, hay que vivir de fe.
Indudablemente la lectura de estos ejercicios nos lleva, en primer lugar, a recordar que somos Iglesia, y que la Iglesia ha brotado del costado abierto de Cristo, como afirmaba San Juan Damasceno, por lo que no solo hace falta agradecer a Cristo la fe que nos introduce en la Iglesia, sino vivir de fe dentro de la Iglesia. En esa línea son muy interesante los breves pero inolvidables comentarios del profesor al texto de Cicerón sobre la religión, posteriormente enmendado por Lactancio y perfilado por el propio Pablo Domínguez con los términos: “relegere”, “religare” y “religere”: relectura, atadura y reelección (43).
Como buen profesor, en estos días de ejercicios espirituales, se observa que iba siempre al fondo de las cuestiones, de todas las cuestiones y que una vez más todo se puede sustanciar, como decía san Josemaría, en hablar de libertad y de caridad, pues sin libertad no podemos amar a Dios y en el amor se resume la vida cristiana y la propia esencia de Dios. Precisamente, cuando nuestro autor habla de libertad alcanza el sumo del buen humor, de la simpatía y del desparpajo, pues honradamente afirmará: “La realidad de la libertad es abrumadora. Somos libres. Pero por otra parte no somos omnipotentes. Tenemos que vivir de la voluntad de Dios” (50).
Ahora que vamos a celebrar 15 años de su muerte recordemos uno de los pasajes más importantes de estos ejercicios: “De qué sirve la vida, si no es para entregarla” (60).
Reseña de José Carlos Martín de la Hoz para Club del lector