Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
—Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les respondió:
—Cuando oréis, decid:
Padre,
santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestros pecados,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe;
y no nos pongas en tentación.
Jesús, leo este Evangelio y, la verdad, yo podría ser ese «tal discípulo» que te pregunta, porque yo también me siento igual con la misma duda de que no entiendo qué es la oración ni cómo se reza:
«Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
—Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.».
Me gusta pensar que ya puedo decir que estoy haciendo oración de verdad solamente diciéndote: «enséñanos a orar». Es cierto que quizá tenga que volver y «re-volver» a decirte una y otra vez, esto mismo: «enséñanos a orar».
Quizá la gente me ve arrodillado, o en un rincón recogido y piense “menudo crack, qué piadoso… qué profunda y elevada debe ser la oración de este tío”.
Que no me importe volver a pedirte ayuda y decirte que no sé rezar, estoy aquí para que me enseñes. Ahora mismo lo hago. Jesús, enséñame a rezar, a hablar Contigo y escucharte.
Me he fijado que la única oración que enseñas a los discípulos empieza con la palabra «Padre». Quizá, Jesús, Tú me quieres enseñar cómo hablas Tú con tu Padre Dios y cómo puedo hacerlo yo también. ¡Qué fuerte! Claro, aprender a rezar significa tener «la experiencia del Padre”. ¡Soy hijo de Dios! Y no sabes lo que me encanta no sólo saber que Dios existe, y que soy su hijo… sino además… que me quieres con locura porque me siento así de querido, como lo que soy: ¡hijo de Dios!
Jesús, purifica mi corazón de todas las posibles imágenes equivocadas de “padre” que tengo dentro. Purifica mi corazón de todas las posibles imágenes equivocadas de amor que tengo en mi interior. Enséñame a tratar a Dios como «Padre». Que me dé cuenta que la verdadera oración no es algo que haga yo, sino algo que dejo que Tú hagas en mí. Que deje que el Espíritu lo haga, que me entregue a un Amor que quiere ante todo amarme antes de pedirnos que amemos.
Necesito experimentar y vivirlo porque sin esta «experiencia del amor» todo se convierte en injusticia, todo es un problema, todo es exigencia o “imposiciones desde fuera”.
Muchas veces me encuentro personas, Jesús, que están enfadadas con la vida porque básicamente no se sienten amadas. Esto es algo que he percibido en mi vida alguna vez, Jesús, que cuando el cristianismo, es decir, seguirte a Ti de modo personal, si no parte de nuevo de la oración, es decir, del Padre, se convierte para mí en una moral insoportable y, la verdad, Jesús… ¡paso de vivir así! Quiero lo que Tú quieres: quiero vivir como Tú me propones: ¡libre! Por eso… enséñanos a orar y tratar a Dios como Tú lo tratas, como Quien es para mí: mi Padre.
Madre mía Inmaculada, Tú eres hija De Dios y oras así ante Dios Padre: le tratas con esa confianza. Enséñame a orar Tú también.
¿Te haces preguntas?
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Aprende a rezar y a vivir con el Evangelio