• La Clínica Universitaria de Navarra también ha colaborado en el pago de la operación.
• «Estoy convencido de que Dios espera algo de mí. Creo que quiere que sea un testigo de esperanza».
El padre don Renel Prosper es un sacerdote de Haití de la diócesis de Fort-Liberté. Tiene 43 años y estudia Teología Moral con orientacion psicológica y vida espiritual en la Universidad de Navarra, en Pamplona. Ha estado en tres ocasiones al borde la muerte: siendo bebé por una insuficiencia que casi le cuesta la vida; luego sufrió el gran terremoto de Haití en 2010 que mató a casi 300.000 personas; y en febrero de este año, un problema hépatico grave que dejó a su hígado sin funcionamento y solo tenía solución por medio de un transplante.
El 17 de febrero su vida se truncó. Sufrió una enfermedad que no estaba en sus planes. Primero ingresó en la Clínica san Miguel de Pamplona. Los facultativos detectaron un problema hepático grave y le derivaron a la Clínica Universidad de Navarra (CUN), centro referente en este campo. Según los médicos, su hígado se había vuelto no funcional debido a un virus agudo de la hepatitis B.
Pasó 36 días en los hospitales
Estuvo 36 días ingresado en varios hospitales. «Hubo momentos en que me quedaba inconsciente, no tenía control sobre mis palabras y acciones. Sufrí mucho, pero pude superar mi sufrimiento. Sentí que Dios estaba realmente conmigo».
El 27 de febrero, los médicos llegaron a la conclusión de que no había otra alternativa que trasplantarle un nuevo hígado. De lo contrario, su esperanza de vida sería prácticamente cero. «Y gracias a la providencia de Dios, encontraron rápido un nuevo hígado para mí. Ese mismo día, a las 10 de la noche, me operaron». Para don Renel, éste es uno de los varios ejemplos de la providencia de Dios sobre él.
Un sistema sanitario que funciona
Estar en España, en el momento de la enfermedad, fue providencial. «El sistema sanitario de España me salvó, me dio esta oportunidad de una operación de este tipo que no es fácil en otros países». Por eso, está convencido de que Dios espera algo de él, porque Él le salvó para una misión. «Creo que Dios quiere que sea un testigo de esperanza».
Por tan inmenso don, agradece a todas las personas que le ayudaron a recuperar su salud, que le acompañaron, pero sobre todo a la Clínica Universitaria de Navarra y a la Fundación CARF que asumieron los costes de la operación y le salvaron su vida.
«El pueblo haitiano es valiente»
No tiene muchas posibilidades de regresar a su país, una nación hermosa, muy atractiva por su clima, su cultura, su historia, pero donde hay mucho sufrimiento. Los desastres se suceden: inundaciones, ciclones, terremotos mortales…
«El pueblo haitiano es muy valiente, pero, sobre todo, resignado. Podría mantenerse erguido si los desastres naturales fueran su único problema. Pero el mayor mal del pueblo haitiano en los últimos tiempos es la maldad, la crueldad de los políticos, los oligarcas corruptos que sumen al país en un caos total. Se las arreglan para garantizar que haya una inestabilidad política crónica, y crean bandas armadas que matan, saquean y desestabilizan. El país se ha convertido en un infierno donde la única opción para un haitiano hoy es abandonar el país», dice con tristeza.
Testigo de esperanza
A pesar de ello, ser testigo de esperanza es el motor de su vida. Para todos los que le rodean y para sus padres que este año celebran sus 52 años de matrimonio, y para sus ocho hermanos, todos nacidos en Grosse-Roche, un barrio de la comuna de Vallières (noreste de Haití). Una familia católica, muy religiosa y muy unida. Una familia del campo.
A la edad de 15 años tomó conciencia y pensó en convertirse en sacerdote. Fue en un momento de oración durante una actividad organizada por el coro de su parroquia de origen. Se ordenó en 2011 y fue vicario parroquial dos veces, luego párroco dos veces y, al mismo tiempo jefe de la comisión diocesana de la pastoral de niños. También fue capellán de la Legión de María. En julio de 2022, a petición de su obispo, llegó a España para profundizar sus estudios en Teología Moral con orientación psicológica y vida espiritual en la Universidad de Navarra.
Esta es su prosa de agradecimiento
«Oh, Dios, ¿cómo puedo agradecerte? Por la vida que me das una segunda vez, Padre.
Cuando miro donde estaba, me salvaste. No tengo palabras para agradecerte.
Oh Dios, dame fuerza, para contar lo que haces por mí. Muéstrame la mejor manera, Papá, para demostrarte que no soy un desagradecido.
Cuando recuerdo cómo perdí la esperanza, cuando me dicen que mi hígado ya no podrá funcionar, hablas, dices que defenderás mi causa. No tengo palabras para agradecerte.
Cuando recuerdo aquel 27 de febrero, cuando voy camino a la cirugía, estaba triste. Tú me consuelas, dame tu fuerza. No tengo palabras para agradecerte.
Cuando recuerdo cómo eliges a las personas para que me ayuden, me gustaría convertirme en el servidor de todos. Toma mi vida, hazme testigo de la esperanza. No tengo palabras para agradecerte».
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Acerca de: La Fundación CARF —Centro Académico Romano Fundación— nació en 1989 por inspiración de san Juan Pablo II al beato Álvaro del Portillo para rezar por las vocaciones sacerdotales; promover el buen nombre de los sacerdotes por todo el mundo; y ayudar a la formación de seminaristas y sacerdotes diocesanos y religiosos y religiosas para servir mejor a la Iglesia y al mundo.
En la actualidad, gracias al apoyo de sus benefactores y amigos, la Fundación CARF ha financiado ayudas al estudio a casi 40.000 alumnos de 131 países con escasos recursos económicos para que cursen formación en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, y en las Facultades de Estudios Eclesiásticos de la Universidad de Navarra, en Pamplona. Entre ellos, ya hay 130 estudiantes que han sido ordenados obispos y tres creados cardenales.
Para más información: Marta Santín
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