“Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mi está toda la gracia del camino y de la verdad”. Del Libro de la Sabiduría
Ha comenzado un nuevo adviento o, mejor dicho, que estas semanas, sean un tiempo para recomenzar. Que mi vida, limitada, pobre, humilde, débil, frágil, sea una escuela de gratitud, para bendecir la vida que se nos ha dado, la vida que proclamamos cada mañana, donde la obra de Dios en mí proclama la belleza, ese canto lleno de epifanía.
Cuantas veces no nos damos cuenta del paso del Señor por nuestra vida. Hace unos días iba dando un paseo, viendo las luces y escuchando el bullicio de la muchedumbre por las calles, pensando y repensando esa filosofía de las navidades. Llegan las preguntas que, a veces, parecen existenciales, con quién voy a cenar el día de nochebuena, qué haremos para cenar. Esos porqués, que se van sucediendo, intentando controlar todo, o mejor dicho, no medir cuánto recibo o cuánto doy. Eso que el Señor nos dice: “Dar el Espíritu sin medida”, hablar no las palabras del mundo, sino habitar el cielo en la tierra, porque Señor, en tu amor, no hay medida.
Es el momento de vivir la vida que se nos ha dado y vivirla de verdad. Recuerdo aquel matrimonio de avanzada edad en el autobús, iban cogidos de las manos, y sus rostros estaban llenos de Ti, Señor, sus vidas gastadas por el amor que ha vencido la muerte. Y en eso se proclama la sencillez, todo un Dios se hace hombre para nacer en un pesebre.
El adviento es un tiempo de gracia, de espera, de providencia, de prudencia para recomenzar, buscar el modo de Dios en mi vida, en el actuar y en proceder. ¿Qué me esclaviza y que me dispersa? Cuanto tiempo perdemos en esa falta de amor, en esas cosas nuestras. La obra fundamental es hacer el bien, que con esto nos baste, estamos vivos y ese es el verdadero milagro.
Vivimos una sociedad a veces llena de desastres, donde la belleza se convierte en lodazal, donde las prisas son esas evidencias que el mundo propone, por eso, es el momento de salir del polvo, para ir a la resurrección. La voluntad de Dios es vivir, sería bueno también preguntarse si Dios nacerá en mi vida y en mi corazón o por el contrario Dios no tendrá posada en mi vida.
La vida es bendita, es para acogerla, no hay mayor ejemplo que el de la Virgen: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. Ser en estos días de inmenso gozo, mendigos de Cristo, de su gracia, de su verdad, de su Amor, que brote en nosotros el corazón generoso hacia los más débiles. Recordemos con nuestra oración a aquellos que gozan de la verdadera presencia del Señor y celebremos con ellos en la vida terrena la Natividad del Señor. La Navidad es la búsqueda por la verdad.
Para aquellos que duermen en la cama de un hospital, que sienten la soledad muy de cercan, que viven en la pobreza y el silencio de las calles, por los atribulados y los abatidos, que también para ellos sea Navidad.
Llegará el día que todo lo oculto será revelado, viviremos con gozo en una epifanía eterna, dejaremos de medir todo con el éxito o la productividad, sino desde la sencillez del agradecimiento, desde la verdad y la paz como ciudadanos del cielo.
“La señal de Dios es la sencillez, la señal de Dios es el Niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Este es su modo de reinar”. Benedicto XVI.
Alberto Diago Santos