Yo soy una privilegiada

Testimonios

Águeda Rey

Hace ya muchos años que entendí que si quería ser feliz tenía que superar la tentación de victimizarme. El victimismo no es igual a ser víctima, sino que es una elección, un modo de vida a partir de un suceso real o imaginario en el que he sido, o me considero, la víctima. Quien elige el victimismo hace que en su vida todo gire alrededor del hecho real o imaginario que le ha convertido en víctima. Siempre acaba hablando del tema y su carácter se va agriando y llenándose de oscuridad. El victimista vive anclado en la queja y el lamento es el ritmo de su vida. Para mí esto es la antítesis de la felicidad. Y un repelente para las amistades.

Yo soy una privilegiada, aunque no soy ni mucho menos la única, porque he entendido que en Cristo todo se vive mejor. De hecho creo que en Cristo es la única manera en que se puede vivir bien lo que sea. A mi entender, para superar con alegría y de forma auténtica el victimismo es necesario pasar de víctima victimizada a víctima inmolada.

En mi caso soy víctima de una enfermedad terrible, la ELA, pero no lo soy de ninguna persona (bueno, si lo pienso, seguro que encuentro personas que me han tratado mal, pero prefiero pasar página). Digo esto porque quien es víctima de un verdugo tiene más papeletas para caer en el victimismo, porque a la queja se suma el rencor y la rabia y la dificultad para perdonar. Es más difícil pasar de victimizado a inmolado, pero no imposible.

Esto de ser víctima inmolada resulta bastante difícil de entender para muchos, más aún si no son cristianos. Intentaré explicarlo: Cristo es la única víctima completamente inocente que se ha inmolado para salvarnos del pecado y de la muerte. Sólo Cristo nos salva. Los hombres podemos unir nuestros sufrimientos a los de Cristo para inmolarnos con Él y participar de su muerte y resucitar también con Él. Cuando hacemos esto, Jesús mismo nos consuela y santifica nuestro dolor.

Yo, cada vez que tengo la tentación de victimizarme, digo: «este sufrimiento te lo entrego y uno a tu Pasión». Automáticamente mi sufrimiento cobra un valor inmenso y paso a rehuir el victimismo. Así de sencillo, aunque supongo que para llegar a esto hay que haber rezado mucho y meditado mucho la Pasión de nuestro Señor Jesucristo -acabo de desvelar un cabo del que tirar para el que quiera empezar-.

Pido a Dios que muestre esta sabiduría a todos los hombres.

Pensaba terminar el artículo en el ruego anterior, pero he pensado que alguien tiene que decir lo siguiente: uno de los grandes males de este mundo y de los tiempos actuales es el victimismo. La sociedad aplaude al victimista porque está acomplejada y no tiene argumentos para ayudar a la víctima, sino que se esconde detrás del buenismo y legitima su victimismo.

Ahora ya he terminado.