Lc 15, 3-7
Entonces les propuso esta parábola:
— ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió».
Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.
Jesús, Tú, que eres Dios y Hombre Verdadero tienes corazón y esto ya me da mucho que pensar.
Leyendo el Evangelio voy intuyendo también lo que hay en Tu corazón, Jesús. También cómo razonas.
Aquí estás contándome la parábola de la oveja perdida. Tendría muchas cosas para decirte, Jesús. Pero quizá una cosa que me llama poderosamente la atención es que me estás revelando cómo es Tu Corazón y cuánto me quieres… Tu amor no es un amor estático, no es un amor que se queda quieto en algún lugar del cielo, sino que es un amor dinámico, un amor que sale.
¡Tu me demuestras tu amor por mí buscándome! No sólo me dices que me amas, sino que me amas viniendo a buscarme allí donde estoy, como la oveja perdida.
Y poco importa que esté en una situación “celestial” o “infernal”, Tú vienes a buscarme allí donde estoy. No hay situación o pecado que tu amor no tenga el poder de alcanzarme y sacarme o librarme.
Jesús, ¿cómo no voy sentir mucha alegría y darte las gracias por todo esto?
Y Tú como Buen Pastor te llenas de alegría de encontrarme y se lo cuentas a todos:
«Habiéndola encontrado, se la echa al hombro todo contento, se va a casa, llama a sus amigos y vecinos, diciendo: Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido».
¡Tu alegría es mi fuerza, Jesús!
¡Gracias a ti también, Virgen María, Madre mía!
¿Te haces preguntas?
Aquí encontrarás repuestas:
Aprende a rezar y a vivir con el Evangelio