«La pornografía es adictiva y paralizante», afirma Ran Gavrieli en su charla TEDx. Y explica: adictiva «porque desarrolla la dependencia al porno», y paralizante porque presenta escenarios irreales que no pueden ser reproducidos en la vida real: «Según el porno, ser una pareja sexual buena/valiosa no tiene nada que ver con ser pasional, atento, sensual, generoso; eso les lleva a los chavales o a paralizarse, o peor, a imitar lo que ven. Y si no se paralizan muchos se vuelven imitadores de lo que ven, es decir: agresivos».
El efecto en las chicas, según Gavrieli, es que ellas «tienen esa imagen de que para ser amadas primero tienen que ser deseadas sexualmente, que eso equivale casi a ser estrellas del porno, hoy en día».
En ambos, chicos y chicas, aparece la constante comparación, una obsesión por cumplir con ciertos estándares, que está muy lejos de lo que debería ser una manera sana de relacionarse.
EL PORNO CONTRA TI MISMO
En «Dejar el porno, recablear el cerebro», expliqué con más amplitud el problema concreto de la adicción a la pornografía. Rescato de ese artículo el siguiente párrafo (y si queréis más info de este tema en concreto y más datos de diferentes estudios, pinchad en el link):
«Al consumir pornografía se libera dopamina, un neurotransmisor que provoca la sensación de placer: se produce como recompensa cuando logramos algo y es el encargado de consolidar las conexiones neuronales que nos ayudan a realizar la misma actividad en el futuro. Por ejemplo, al disfrutar de una comida, la dopamina ayuda a la persona a llevar a cabo acciones imprescindibles para sobrevivir. También se produce en las relaciones sexuales; en este caso, los expertos explican que sirve como refuerzo no para la supervivencia del individuo sino de la especie.
Pero la dopamina generada por la pornografía es diferente: “Cada imagen pornográfica lanza un chute de dopamina. Por lo tanto, mil imágenes pornográficas son mil chutes de dopamina, que generan un atracón en el cerebro”, explica María Contreras, psicóloga, sexóloga y profesora de la Universidad de Navarra, en el documental de Dale Una Vuelta. Ante esta ingesta, “el cerebro baja el volumen de los receptores de dopamina, por lo que se necesita más estímulo para conseguir la misma sensación de placer”. Esto se concreta en incrementar la cantidad de porno que se consume y prolongar el tiempo. Hay un paso más, como desarrolla Contreras: “En la medida en que los niveles de dopamina van bajando, un truco para acrecentar la excitación es añadir adrenalina, que se consigue por emociones fuertes: miedo, asco, sorpresa, shock… O sea: viendo hard porn”. Este proceso conduce al recableado del cerebro, que cambia actitudes en el consumidor y le vuelve insensible frente a situaciones que antes le habrían parecido aberrantes»
Y, si bien es cierto que el consumo de pornografía no lleva necesariamente a la adicción, también lo es que existe cada vez más evidencia científica que refleja una asociación clara entre el uso de pornografía y el uso problemático de pornografía.
A veces nos intentan vender el porno como una necesidad vital y casi social: «Mejor que esté cada uno en su casa y su pantalla viendo esto que que vayan por ahí abusando sexualmente…», he llegado a escuchar a alguna persona argumentar así. Como si no fuera un círculo vicioso, como si una cosa excluyera la otra (más bien, al contrario, como explicaré en otro artículo). La sociedad puede vivir sin porno, los que tal vez no puedan son todos los involucrados en esa industria que mueve millones (para este tema, os recomiendo el capítulo 4 de Salmones, hormonas y pantallas, del catedrático Miguel Ángel Martínez-González).
Las personas también podemos vivir sin porno. Es más: vivimos mejor sin él. No solo por el peligro enorme de desarrollar una adicción sino también porque nos afecta, sea mucho o poco. «No hay una cantidad saludable de pornografía. Cualquier cantidad ya es demasiado», afirma un exadicto en la web de Dale Una Vuelta.
Los hombres que han afirmado haber visto porno en las últimas 24 horas presentan las mayores tasas de soledad, según recoge este artículo de IFS (el 60 %, comparado con el 38 % entre los que nunca han visto pornografía). El 74 % de los consumidores frecuentes se ha sentido cohibido o inseguro en la última semana (solo el 45 % de los que no han visto porno afirmaban lo mismo). Y un porcentaje parecido (78 %) dice que se ha sentido descontento con su apariencia física en los últimos días (frente al 44 % del grupo de los que no ven estos contenidos). Por supuesto, afecta a cómo se sienten de satisfechos con su vida sexual: solo un 26 % de los consumidores habituales se sitúan como completamente o muy satisfechos (el porcentaje es de 41 % para los que nunca han sido consumidores).
Por otra parte, y relacionado con este último punto, la relación entre el aumento de casos de disfunción eréctil y pornografía está siendo cada vez más estudiada. (Aquí hablo un poco de cómo coincide el aumento de estos casos con la popularización del streaming, ¿casualidades?).
Todos estos datos apoyan una gran verdad: como destacan en el documental de Dale una Vuelta: «Todo lo que afecta al cuerpo afecta a la persona». El cuerpo no es una “cosa” que tenemos y que usamos, ninguna de nuestras partes del cuerpo lo es. Si me pillo la mano con la puerta, yo me he pillado la mano, el sufrimiento es mío, me afecta a mí. Si alguien me pega un bofetón, no se me ocurre afearle que haya tenido ese gesto de violencia con mi cara, sino que me sentiré atacada toda yo (y con razón). Así que no hay que comprar esos argumentos que, bajo el manoseado lema «con mi cuerpo hago lo que quiero», se creen que las consecuencias en uno mismo son las mismas que si dijera «con mi móvil hago lo que quiero».
EL PORNO NO ES EDUCACIÓN SEXUAL
El porno no es educación sexual o tal vez sería más adecuado decir que «no debería ser» educación sexual, porque, en la práctica, la des-educación sobre estos temas que están recibiendo muchos chavales viene de ahí.
«El 54,1 % de adolescentes cree que la pornografía da ideas para sus propias experiencias sexuales (en mayor medida ellos) y al 54,9 % le gustaría poner en práctica lo que han visto. Esta tendencia aumenta aún más entre quienes consumen pornografía más a menudo. De hecho, el 47,4 % de adolescentes que ven pornografía más a menudo ha llevado alguna escena a la práctica», según recoge este informe de Save the Children.
Diferentes estudios apuntan a que los jóvenes que consumen porno tienen sexo esporádico con mayor probabilidad que quienes no. También más sexo con amigos o sexo oral y/o anal, «también refieren un mayor deseo sexual, mayor número de encuentros sexuales, múltiples parejas sexuales y una iniciación sexual más temprana, en comparación con aquellos adolescentes que no consumen pornografía» (tenéis los enlaces a los estudios aquí).
El documento de Save the Children señala que «el peligro de la pornografía es que chicos y chicas conformen su deseo en torno a lo que ven, a pesar de que sea violento o desigual. […] El peligro es que piensen que eso está bien y es lo normal».
Es una ingenuidad como la copa de un pino pensar que «lo que veo no me afecta». Todo nos afecta, en mayor o menor medida. El ser humano está diseñado así. Por eso es importante elegir muy bien de qué nos queremos llenar, cómo vamos a nutrir nuestra sensibilidad, nuestra afectividad, nuestro interior.
La propia dinámica de la adicción al porno que he descrito antes es una muestra de lo permeables que somos: el porno afecta el cerebro incluso cambiándolo físicamente; y si los espectadores acaban buscando hard porn también es porque la sensibilidad enseguida se acostumbra a lo que hasta ese momento han consumido y necesitan más (más frecuencia y más extremo) para poder seguir sintiendo algo.
Por poner ejemplos fuera de este tema: es muy frecuente escuchar a los reporteros de guerra hablar de cómo tras años cubriendo conflictos se desensibilizan ante determinadas imágenes. O el médico que se acostumbra a ver sangre. O los datos de muertes en la guerra, que llega un momento en el que, tristemente, ya no nos impresionan. O la canción que oyes de pasada en la radio y no te la sacas de la cabeza en 24 horas.
Y si estos ejemplos pueden ayudarnos a entender cómo nos afecta lo que nos rodea, imaginad en el caso del porno, que tiene un poder aún mayor, por el tipo de contenido que es y por su potencial adictivo. Ver porno no es sin más ver una peli. «Influye muchísimo. Aunque no quieras que influya sí que influye y eso es lo malo porque luego te pueden gustar cosas que moralmente pueden no gustarte nada, pero te siguen poniendo. Es como que, aunque tú no quieras, te ponen»: es el testimonio de un adolescente en el informe de Save the Children.
El porno además también va construyendo un guion sexual en las mentes y en los corazones de quienes lo consumen. Desarrollan un sentimiento de superioridad sobre las mujeres en el sexo, se acostumbramos a sexo cuando quieren, creen que tienen algo así como un derecho al sexo bajo demanda. No es tan fácil separar tu conducta sexual cuando ves sexo en una pantalla a la que tienes con el sexo real. Has entrenado tu cuerpo, tu sensibilidad, tu todo para reaccionar ante ciertos estímulos que has visto en algo que es, como dicen en Dale una Vuelta, «ciencia ficción del sexo».
Lucía Martínez Alcalde
Publicado en su blog MakeLoveHappen