En la sociedad de la comunicación es fundamental tener un adecuado conocimiento del lenguaje. Hoy en día el uso que hacemos de determinadas expresiones dice mucho más de nosotros mismos que las propias expresiones. El principal medio para la difusión del relativismo moral y de los nuevos conceptos acerca de las relaciones personales es el lenguaje, más en concreto, el no uso de algunos términos que hoy se consideran o pasados, o «no modernos», o políticamente incorrectos.
Esta mañana me lo ha hecho ver un buen amigo con motivo de unas expresiones que oímos hace unos pocos días en boca de personas jóvenes y que, haciendo memoria, no es la primera vez que he escuchado. A la hora de hablar de lo que antiguamente conocíamos como novio/a, ahora se usa «pareja»: «Estuve con mi pareja y oí…». Es un término mucho más ambiguo y difuso que el otrora usado, al tiempo que deja caer como que «pareja» implica tener menos compromiso que «novio/a». Por ejemplo, la expresión: «Ahora tengo una pareja estable» puede llevar a la confusión: ¿es que antes tenía una inestable? y, en caso afirmativo, ¿qué clase de inestabilidad: física, mental, económica o de qué hechura? Aún más: según el diccionario, “pareja” es un conjunto de dos personas o cosas; entonces, ¿tener una pareja significa estar con dos personas a la vez?
¿Qué trasluce esto? Pueden ser varias cosas: que somos -o queremos parecer- actuales a la hora de hablar, o bien que los términos antiguos que se han usado siempre tienen unas connotaciones a nivel de compromiso que no queremos aceptar ni dar a entender a otros. «Mi pareja», «mi compañero/a sentimental»… una serie de redundancias que se han colocado en nuestro hablar diario que muestran lo permeables que somos a las modas.
¿Por qué no decir «tengo novio»? ¿porque noviazgo significa tiempo previo a la boda de siempre y para siempre? No tiene por qué. Novio es una palabra que proviene de un verbo latino que significa «conocer» y el noviazgo es precisamente eso: el tiempo en el que una pareja se va conociendo poco a poco y va formando un proyecto de vida en común, una conjunción de almas que va tomando forma en unas líneas de futuro, desde cómo plantearse la relación de cada uno con la familia del otro hasta cómo repartir las tareas de la casa o cuántos hijos les gustaría tener.
De todo esto, y de muchas cosas más, hay que hablar en un noviazgo para poder sopesar si, por mucho amor que haya, será posible o no la vida en común sin tirarse los tiestos a la cabeza. El noviazgo no tiene que acabar forzosamente en matrimonio, ni muchísimo menos. La pena es que hoy durante el noviazgo se habla poco, o no se habla nada, de lo verdaderamente importante, quizá porque ni siquiera se conoce qué es lo importante para uno mismo a la hora de compartir la vida con otra persona. Como estaba escrito en el dintel de la entrada al Oráculo de Delfos, “conócete a ti mismo”, porque, mucho más importante que conocer el futuro, es saber quién es uno mismo.
Lola Vacas