Pasado ya un tiempo de la vuelta de pequeños y mayores a sus quehaceres diarios ya sean los estudios o el trabajo profesional creo que es muy importante recordar un aspecto fundamental de nuestra vida como cristianos y que a veces se nos olvida. Jesucristo, en esta vuelta a la rutina, en este nuevo curso que hemos empezado, nos vuelve a recordar y llamar a que cumplamos el deber que todos tenemos como cristianos, ser santos.
Desde nuestro nacimiento, Jesucristo dispuso un camino para nosotros, un camino desconocido que vamos descubriendo poco a poco con los acontecimientos que nos van sucediendo día tras día. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, es más, el mismo Jesucristo, es el que ha puesto obstáculos y dificultades en el camino para hacernos ver, que, en nuestros momentos de flaqueza, le necesitamos a Él. Necesitamos su cariño, necesitamos sus palabras, necesitamos su consuelo, necesitamos su perdón y sobre todo necesitamos sus consejos.
El Evangelio de San Mateo nos dice muy claramente lo que el Señor quiere y nos pide: “Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Jesús, desde antes de ser crucificado y resucitar ya alentaba a la gente a la perfección, a la santidad, a recibir y compartir el amor de Dios con los demás.
La santidad, es dejarse transformar por Dios y aceptar con alegría su propia voluntad dejando que esta actúe en nuestra vida siempre sabiendo que no es un premio, sino una gracia y un don que solo Dios puede otorgar. Además, Él mismo es el que ha puesto a nuestro alcance los medios para que podamos luchar por ella:
• PRESENCIA DE DIOS: durante nuestro día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos debemos de tener a Dios presente en todas nuestras acciones, sabiendo que si acertamos lo hacemos con Él y si erramos también lo hacemos con Él porque nos quiere hacer mejorar. Tenerlo presente a lo largo de todo nuestro día es para que nos haga saber y ver que con su gracia y amor todo se puede llevar a cabo y conseguir.
• ORACIÓN: durante nuestro día debemos de encontrar siempre momentos de entre las acciones cotidianas para poder ofrecer, dar gracias y pedir a Dios por todo lo que hacemos. Asimismo, también cuando nos levantamos debemos ofrecer la jornada y cuando nos acostamos dar gracias por ella. Debemos de reservar todos los días siempre un tiempo para poder meditar, hablar y escuchar lo que el señor nos pide, decirle que lo amamos y que todo lo que hacemos se lo ofrecemos a Él.
• EVANGELIO: la lectura asidua del Evangelio como puede ser el pasaje diario que se lee en la Eucaristía es también una gran manera de poder estar en unión con Cristo, poder leer y escuchar lo que nos pide y poderlo meditar para poder llevarlo como consecuencia a la práctica.
• EUCARISTÍA: asistir a escuchar la misa los domingos y el resto de los días de la semana que tengamos oportunidad es una gran arma para poder acercarnos más a la santidad y al Señor pudiéndolo recibir bajo las especias sacramentales del pan y del vino donde se encuentra escondido por amor. Así Él podrá actuar en nuestro corazón y haciendo que nuestra relación con Él aumente.
• PENITENCIA: realizar al final de cada día un examen de conciencia preguntándonos lo que hemos hecho bien, lo que hemos hecho mal, y las cosas que podríamos mejorar para el día siguiente tiene un efecto incalculable en nuestras vidas y es que cuando acudimos a la recapacitación y al sacramento de la penitencia y limpiamos nuestra alma y corazón se experimenta una sensación de paz y libertad que nos hace ver como la gracia de Dios actúa en nuestras vidas.
• OBRAS: las obras de caridad material y espiritual que podemos llevar a cabo a lo largo de nuestro día nos harán ver que la mejor forma de vivir es cuando queremos a la gente que nos rodea y les ayudamos en todo lo que necesitan. Al igual que Cristo nos ama y nos ayuda, nosotros debemos de ser modelos que transmitamos lo que Él quiere para nosotros.
“No hagas mucho caso de lo que el mundo llama victorias o derrota. -¡Sale tantas veces derrotado el vencedor! (Camino – San Josemaría Escrivá de Balaguer)
La vida es una constante de subidas y bajadas, un camino lleno de curvas en la que cuando parece volverse una llanura recta vuelven a aparecer los caminos más difíciles. Eso ha querido el Señor, ponernos a todos a prueba, hacernos ver que la meta final, la santidad, no corresponde al que menos veces se haya caído sino al que más veces se haya sabido levantar, sobreponer a la situación y darle un verdadero sentido cristiano, un enfoque del que podamos extraer una enseñanza y preguntarnos el por qué Dios ha querido ponernos ese obstáculo en nuestro camino.
Al alcance de nuestras manos tenemos los testimonios de grandes santos de los que seguro alguna vez hemos escuchado alguna historia, anécdota o vivencia como pueden ser la Madre Teresa de Calcuta, San Juan Pablo II o San Josemaría Escrivá entre otros. En las historias de todos y cada uno de ellos vamos a encontrar miles y miles de dificultades a las que se enfrentaron. En muchas de ellas cayeron y se levantaron, en posteriores se volvieron a caer y se volvieron a levantar y así de manera incansable hasta el fin de sus días; fue su ofrecimiento continuo, su vocación de servicio y su mirada constante puesta en el Padre la que hizo que no se cansaran de luchar.
Recurramos a lo ordinario para buscar la santidad, tengamos presencia de Dios, ofrezcámosle nuestro trabajo y nuestro ocio, nuestras mañanas y nuestras tardes para poder así, en lo más cotidiano de nuestro día a día poder encontrarnos con Él, sea en la escuela, en la universidad, en un hospital o en una oficina.
Sea cual sea nuestra labor escolar o intelectual si la ofrecemos a Dios estaremos santificando nuestro día.
Y como no, recurramos también a María porque ella, Reina de todos los santos, sabrá guiar nuestro camino para que nos acerquemos más a la Voluntad de su hijo Jesús que seamos santos como es Santo nuestro Padre Celestial.
Jorge Aura | @jorge_aura