Siguiendo con la idea misma del anterior artículo, quisiera aportar una serie de ejemplos que tal vez podrían ayudarnos en la interiorización de lo mencionado. Es posible que el mejor ejemplo sea el que nos ofrece el padre Donald H. Calloway (cito largo y tendido) en relación con María y San José:
Los grandes movimientos marianos (…) tienen como esencia la caballería, porque ser caballeroso con María significa estar en el camino hacia la santidad. Una persona caballerosa es noble, de buenos modales, valiente en la batalla, y es un refugio para los débiles. San José es el más caballero de todos los cristianos y nos enseña que todos, incluyendo mujeres y niños, pueden ser caballeros espirituales de la Reina del Cielo. (…)
Durante los siglos, los cristianos se han dirigido a la Virgen María como «Nuestra Señora». Es un término que reconoce el gran amor, respeto, honor y reverencia que se le debe a María; un término caballeroso. No debería sorprender, pues, que San José sea el primer hombre que se refiera a María como su Señora. María es la mujer de San José quien, ante tal belleza y maravilla femenina, se inclina en amorosa reverencia, y su misión es hacer que todos los corazones hagan lo mismo. Por eso San José es el caballero más excelso de Nuestra Señora.
Si bien se trata de una cita extensa, parece extremadamente difícil acotarla por algún lugar ya que todo resulta imprescindible. La idea final que me propongo es la de intentar hacer ver que nuestra relación debe ser servil, que nuestra vida es ya, y en todo momento, una deuda; que nuestro tiempo breve aquí en la tierra debe estar dirigido a «cumplir» cuanto se nos pide, sin abusar descortésmente de una equívoca libertad que nos separará de la verdadera vocación que nos ha sido encomendada desde el origen.
Para la adecuada consecución de todo esto, tarea ardua, deberemos lograr al mismo tiempo una debida dirección de nuestras pasiones. En un artículo sobre el ensayo «El arte de ser frágil», del profesor y escritor italiano Alessandro d’Avenia, se advierte sobre esto:
No hay que renunciar al mundo sensorial, pues es donde reside el «secreto del instante», que posibilita el asombro por la belleza. Sin este «acoger todo a través de los sentidos», se cae en un dualismo, en una disociación entre razón y corazón, que conduce a la frialdad racionalista o al sentimentalismo romántico, «los dos prisioneros de la tiranía del ego».
Es Roger Lancelyn Green, entre muchos otros, quienes dejan esta relación de manifiesto y bien encaminada. Basta con conocer algunos de los relatos principales que componen «El rey Arturo y sus Caballeros de la Tabla Redonda». Hallamos en su interior las hazañas que lograron los caballeros de Camelot, siempre enfrentados al mal y a la tentación, a los vicios y al miedo. Por tanto no es un mero combate a espada, sino algo todavía más grande y complejo: una continua y acerba batalla espiritual. Véanse las empresas de Sir Gawain y Lancelot, de Tristán y el mismo rey.
Ciertamente todo este asunto se encuentra rodeado de un áurea bélica imposible de rehuir. No implica necesariamente la ejecución de una acción violenta, pero sí la de un determinismo fiel y perseverante en la bondad y la inocencia. Es con el aire que vivifica el alma con el que debemos apartar las tinieblas desconsoladoras que nos acechan y penetran en nosotros en el mero acto de aspirar. Un servicio leal, una oración verdadera y, en definitiva, un ser-bello en la vida nos permitirá esa entrega, ese darse, como un don para los demás y, con mayor motivo, para Nuestra Señora.
Toni Gallemí